"Fondear"
en la jerga del reclusorio es cuando una mujer va de celda en celda ofreciendo
servicios sexuales dentro de los CERESOS de Veracruz.
Xalapa, Ver. | 09 marzo de 2020
Tribuna
Libre.- Mientras
que el agua fría con olor a drenaje cae sobre la espalda de una reclusa, ella
lava sus partes íntimas con un jabón Rosa Venus que recibió como pago tras ir a
“fondear” a la estancia varonil.
En la jerga del reclusorio, esta palabra
significa ir de celda en celda y mantener relaciones sexuales con reos varones
a cambio de una blusa, un plato de comida o una toalla sanitaria.
No se trata de una escena sacada de la famosa
serie de streaming, es la realidad que viven muchas mujeres en los Centros de
Reinserción Social (Ceresos) de Veracruz. Así lo narra Helena, quien purga una
pena que difícilmente podría pagar con los años que le restan de vida.
“Cuando llegué, existía el autogobierno. Aquí
mandaba el grupo de la delincuencia organizada llamada Los Zetas, ellos bajaban
y decían ‘caigan las morras que quieran cotorrear (prostituirse)’ y pues
algunas subían voluntariamente, pero otras eran escogidas y obligadas a
hacerlo”, relata la interna.
Cambiar artículos de primera necesidad por
sexo se da en casos de extrema escases. Normalmente, cuenta Helena, los reos
pagan a las mujeres 50 pesos sí el acto sexual se lleva a cabo en una celda.
Para tener una “experiencia premium” y pasar
toda la noche con una reclusa, los custodios “rentan” las habitaciones de
visita conyugal del penal, pero esto implica otras tarifas.
Por noche, como si de un motel se tratara,
los internos pagan por el cuarto 180 pesos: la “mochada” del custodio es de 50
pesos más, la misma cantidad se le paga por el servicio a la reclusa y 10 pesos
por cada pase de lista en la que no alcancen a decir presente; “ponle unos 30
pesos más”, calcula Helena.
“Hay algunas que a eso se dedican, siempre se
han prostituido, pero hay otras que lo hacen por verdadera necesidad, sus
familias las abandonan y dejan de recibir dinero. La supervivencia es llevada
al límite, por lo que muchas dependen exclusivamente de estas prácticas”.
Durante 2019, a los penales de Veracruz se
les fue asignado un presupuesto de 490 millones 354 mil 380 pesos, de acuerdo
con la solicitud de transparencia con folio 05060919. Sin embargo, la mujer de
38 años acusa que en ocasiones no tienen ni papel de baño suficiente.
Para ellas es impensable tener acceso
gratuito a artículos como toallas sanitarias, desodorantes o pasta de dientes.
“Una toalla, ¿sabes cuánto vale? 10 pesos y de las más sencillas, no te venden
por paquete”.
Es decir, por un acto sexual, una mujer
podría comprar solo cinco toallas sanitarias, insuficientes para un periodo
abundante.
Las prácticas sexuales sin una regulación han
hecho del penal un foco rojo de infecciones de transmisión sexual. “Cada que
vienen a hacer pruebas de VIH, siempre hay una enferma nueva”, dice Helena.
La única que se preocupa por esto, asegura,
es una psicóloga del penal, que reparte condones a quien la visita. Pese a que
estas prácticas son permitidas por los directivos del penal, e incluso llevadas
a cabo por ellos mismos, no promueven la protección.
Una
terrible realidad, así es la vida de una mujer en prisión
Además de las precarias condiciones en las
que viven su día a día las mujeres deben lidiar con abusos de autoridad, acoso
y “cuotas” que, de acuerdo al testimonio de Helena, solo se las aplican a
ellas.
El área de mujeres es la más pequeña. Los varones
en cambio, tienen en su estancia dos canchas, la clínica, y una tienda más
grande y surtida.
Las mujeres son obligadas a ir a cada evento,
taller o plática dentro del penal, los hombres son libres de asistir o no, “a
ellos no se les molesta”, recrimina.
De incurrir en alguna falta, las mujeres
saben que sufrirán amenazas y castigo. “Si no hacen caso, ya saben quiénes se
van a dejar venir y ahí sí nosotros no metemos las manos, dicen los directivos
en referencia a hombres presos por crímenes como feminicidios, violaciones y
tortura. “Así llamen a derechos humanos,
aquí maman, esta es la cárcel”.
Los castigos a los que son sometidas van
desde “ubicarlas”, que en el lenguaje penitenciario significa recluirlas en su
celda sin dejarlas ver la luz del día, hasta impedirles el acceso al área de
hombres, este último es “un castigo fuertísimo, más para las mujeres que
trabajan en esa área”.
Relata que los hombres no soportan ver que
una mujer labore y gane lo mismo que ellos, “si afuera somos seres inferiores
aquí ya te lo podrás imaginar”.
Entre otros abusos, las mujeres son obligadas
a pagar cuotas si no asisten a tiempo a eventos o si no dicen “presente” en los
pases de lista, tomados cada mañana y por la noche.
Para evitar pagar esas cuotas, su familia la
ayudó y tras una gestión en la Comisión de Derechos Humanos (CEDH), detuvieron
el acoso en su contra.
“Solo por eso, me exhiben cada que pueden,
pero imagínate, a mí me ayudó mi familia, ¿pero y las que ya abandonaron a su
suerte aquí?"
La violencia se vive a diario tras las rejas.
Tan solo la última semana Helena narra haber visto a tres mujeres golpeadas por
hombres. Sin que haya visto un solo castigo en su contra.
Hombres
van, hombres vienen; pero una mujer es casi imposible que salga de aquí
La población de más de 100 mujeres recluidas
en ese penal es casi la misma desde que Helena llegó ahí. Asegura que los
hombres son puestos en libertad de manera más fácil y no saben a qué se debe.
“Es raro que una mujer salga de aquí, es raro
que nos revoquen la sentencia y nosotras no entendemos por qué, no podemos
entenderlo”.
Con tristeza, recuerda a una compañera suya
quien se encuentra ya postrada en cama por VIH. Relata que hace poco tiempo fue
operada de las vías urinarias de manera negligente, usa pañal porque no puede
levantarse y está “muriendo poco a poco” en su celda.
“Pobrecilla, es muy joven, no llega a los 30
y ya cumplió más de la mitad de su sentencia; está tirada en su cama, con
pañal, mal operada y el juez le pide dinero para poder dejarla salir”.
La interna, se describe a ella y a sus
compañeras como las olvidadas, repudiadas y estigmatizadas. Los jueves y los
domingos, los días de visitas, son los más duros para las internas; Helena
asegura que, desde hace años, muchas no reciben ni una solo visita; sus
familiares contaron contacto con ellas.
En contraste, las madres, hermanas, tías,
hijas o esposas visitan a los hombres recluidos, no pueden explicar porque es
así.
El mismo abandono sufren de las autoridades.
“Vienen por el Día de Mujer y nos toman muestras de Papanicolaou, se toman la
foto y se van; nunca sabemos nuestros resultados, nunca nos dicen como
estamos”.
Niñas y
niños “presos”, víctimas de abuso y olvido.
De acuerdo con información proporcionada la
Secretaria de Seguridad Pública en la solicitud de información con folio
05060919, hay 12 niños que viven en el interior de los reclusorios con sus
madres y todos menores de 3 años, edad en la que, de acuerdo a Ley de Ejecución
Penal, deben salir.
Esta información contrasta con la cifra que
Helena refiere de un solo penal: 16 menores, la mayoría niñas y con más de
cinco años de edad.
“El año pasado, hubo en escándalo horrible,
una mujer entró al área de hombres, ella iba con su niña y mientras ella se
prostituía un pederasta alcanzó a su nena y la manoseó, la mujer se puso
histérica; ¿qué hicieron? solo ‘recomendaron’ que los niños siempre estuvieran
con sus mamás, a los tres días todo volvió a ser como antes”.
Además, al momento hay más de 3 mujeres
embarazadas que tendrán a sus bebés mientras cumplen sus condenas.
Las mujeres madres, a decir de Helena, son
las que tiene más necesidad de prostituirse para poder conseguirles comida a
los niños. Mientras ellas “trabajan” los niños son cuidados por compañeras o
reos hombres, andan “como pelotitas de pin pon, ya te imaginarás el resto”.
"Pido para mí y mis compañeras un trato
digno, una verdadera capacitación para el trabajo, no el fracaso que la
supuesta reinserción social aquí, pido que los custodios sean capacitados para
que nos traten con respecto, que mejoren nuestra alimentación, que nos den
ayuda médica, que nos dejen en el olvido.
Muchas estamos aquí solo por llevarnos con
personas incorrectas, por estar en un lugar que no debíamos en el momento menos
indicado, ese fue nuestro delito", finaliza la mujer que sigilosa, pero
enérgicamente busca darle voz a las mujeres que callan entre las paredes y los
barrotes de una celda.
A lo lejos, uno de los custodios le grita que
se acabó la hora de visita y regresa anhelando no tener que hacerlo a la
prisión. Su nombre ha sido cambiado por su seguridad.
(e-veracruz)