Discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador en la Conmemoración de los 200 años de la Firma de los Tratados de Córdoba, desde Veracruz
Córdoba, Ver | 25 agosto 2021
Tribuna
Libre.- Amigo
Guillermo Lasso Mendoza, presidente constitucional de la República del Ecuador
Sra. María de Lourdes Alcívar de Lasso,
esposa del ciudadano presidente de la República del Ecuador
Amigas
y amigos, todos:
Terminando este acto de conmemoración por
laos 200 años por la firma de los Tratados de Córdoba vamos a reunirnos con el
presidente Lasso, con sus acompañantes, para tratar asuntos relacionados con la
economía, con el comercio, con el desarrollo, con la cooperación entre nuestros
pueblos y nuestros países.
Ahora yo quiero referirme a lo que estamos
recordando aquí en Córdoba el día de hoy.
En México, la Revolución de Independencia
comenzó como la lucha del pueblo contra la oligarquía de la Nueva España. Los
insurgentes buscaban modificar la estructura económica y social de opresión
prevaleciente en el sistema colonial. Inicialmente, como afirma Octavio Paz,
“no es la rebelión de la aristocracia local contra la metrópoli, sino la del
pueblo contra la primera”.
Para el cura Hidalgo y el cura Morelos,
reformas sociales como la abolición de la esclavitud y el reparto de
latifundios tenían la misma importancia que la independencia política. Por
ello, el movimiento de insurrección popular es combatido en ese entonces por el
ejército, la Iglesia y los grandes propietarios, en alianza con la Corona
española. “Estas fuerzas fueron las que derrotaron a Hidalgo, a Morelos, a
Mina. Un poco más tarde, ocurre lo inesperado: en España los liberales toman el
poder, transforman la monarquía absoluta en constitucional y amenazan los
privilegios de la Iglesia y de la aristocracia. Se opera entonces un brusco
cambio de frente; ante este nuevo peligro exterior, el alto clero, los grandes
terratenientes, la burocracia y los militares criollos buscan la alianza con
los restos de los Insurgentes y consuman la Independencia”.
Hacia 1820, en vísperas de la consumación de
nuestra Independencia, la revolución popular estaba prácticamente sofocada en
términos militares, pero conservaba la legitimidad, la influencia y el respaldo
que había logrado entre la población entre 1810 y 1815, y por ello, la
oligarquía se vio obligada a establecer
una alianza con la corriente más representativa de ese movimiento popular.
Así, Agustín de Iturbide, representante de
las clases dominantes de México, y Vicente Guerrero, uno de los principales
insurgentes del partido de Morelos que aún estaba activo, se entrevistan y
elaboran en Iguala el famoso Plan de las Tres Garantías: Independencia, Unión y
Religión. En torno al Plan de Iguala se unen conservadores y liberales.
El poder colonial representado por el virrey
Apodaca, aunque debilitado y sin ninguna posibilidad de recibir apoyo de la
monarquía española, decidió resistir y enfrentar militarmente a los
independentistas que ya para entonces habían aceptado como jefe al general
exrealista Agustín de Iturbide, quien con sus compañeros de armas y con los
antiguos líderes del movimiento popular insurgente terminó por imponerse en
casi todas las regiones del país.
Escribe el maestro Luis Villoro: En poco
tiempo, sin derramamiento de sangre, el ejército de Iturbide conquista las
principales ciudades. Entra en Valladolid, Morelia, Guadalajara y Puebla,
mientras las tropas expedicionarias españolas destituyen al virrey Apodaca,
cuya actitud frente al movimiento es calificada cuando menos de tibia. Queda al
mando de la Ciudad de México el mariscal Francisco Novella. Pero todo va a
resolverse en unas semanas.
El 3 de agosto de 1821, desembarca en
Veracruz Juan O’Donojú, nombrado jefe político de la Nueva España por las
cortes españolas, pero queda sitiado en el Puerto de Veracruz por las tropas
iturbidistas. “En tal circunstancia no tiene más remedio que lanzar un
manifiesto explicando que él no dependía de un rey tirano, de un gobierno
déspota”, y señala: “yo no pertenezco a un pueblo inmoral; yo no vengo al
opulento Imperio mexicano a ser un Rey ni a amontonar tesoros”, al tiempo que
convoca a Iturbide a entenderse para dar solución al conflicto político de la
Nueva España. O’Donojú simplemente enfrentaba un hecho consumado que era
preciso formalizar. Fue aquí, precisamente, en donde se reunió con los jefes
independentistas, y del acuerdo al que llegaron surgieron los conocidos
Tratados de Córdoba, en los cuales se estableció, cito textualmente: “esta
América se reconocerá por nación soberana e independiente y se llamará en lo
sucesivo Imperio Mexicano. El gobierno del Imperio será monárquico constitucional
moderado”.
También se pactó, aquí en Córdoba, la
creación una Junta Provisional integrada por hombres destacados, cito: “por sus
virtudes, por sus destinos, por sus fortunas, representación y respeto” para
elegir una regencia de tres notables de la cual saldrá el titular del Poder
Ejecutivo, quien gobernaría en nombre del nuevo monarca, hasta que éste
empuñara “el cetro del Imperio”.
Los Tratados de Córdoba, al igual que el Plan
de Iguala, suscrito ocho meses antes, solo implicaban un reacomodo en la cúpula
del poder económico, político y militar para garantizar la continuidad del mismo régimen de opresión colonial, solo
que en beneficio de la oligarquía criolla, la cual se arrogó los privilegios de
los peninsulares, y ya sin la participación de la monarquía española.
Así se consumó una independencia sin justicia
ni libertad para el pueblo raso. Nada quedaba en pie del pensamiento del cura
Hidalgo y del cura Morelos; habían caído en el olvido las demandas de abolición
de la esclavitud, la tierra para los campesinos y mayores salarios para los
trabajadores; se había borrado la demanda de la moderación de la opulencia y
una mejor distribución de la riqueza; ya no se hablaba de la creación de
tribunales, como lo deseaba Morelos, el Siervo de la Nación, “que defendieran al
débil de los abusos que comete el fuerte”.
Pero como posiblemente pensaron en ese
entonces Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria, Nicolás Bravo y otros herederos
de los ideales y de las causas de los curas rebeldes, primero había que
asegurar la anhelada independencia, en especial, el párrafo del Acta en el cual la nación
mexicana, cito textualmente: “declara solemnemente […] que es nación soberana e
independiente de la antigua España, con quien en lo sucesivo no mantendrá otra
unión que la de una amistad estrecha”.
Es posible, repito, que los auténticos
representantes de las demandas de la mayoría del pueblo calcularon que era
fundamental asegurar en primer término la independencia política, por más que quedaran pendientes las
reivindicaciones sociales, cuyo logro habría de tomar muchos años más de fatigas, sufrimientos y
luchas en defensa de la República y de nuestra soberanía. En efecto, hubo de
pasar un siglo para transformar, con la Revolución Mexicana, las condiciones de
esclavitud y de injusticia que siguieron prevaleciendo sobre la gran mayoría de
la población a pesar de la consumación de la Independencia. Pero esos son otros
capítulos de nuestra excepcional y a veces desdichada historia nacional; lo
importante ahora es destacar, en este acto, que en los países de nuestra
América, las luchas sociales y de liberación encabezadas por José de San
Martín, Simón Bolívar, Miguel Hidalgo y José María Morelos y Pavón, triunfaron
por los afanes de libertad de los pueblos, por la perseverancia y patriotismo
de nuestros héroes, pero también por los conflictos internos de la metrópoli
que precipitaron la decadencia política de la España colonial y monárquica.
Nos satisface mucho, lo digo de manera
sincera, tratar este tema aquí en Córdoba, Veracruz, donde hace 200 años se
firmaron los tratados que afianzaron la consumación de nuestra Independencia, y
nos satisface, en especial, conmemorar este trascedente hecho histórico con la
presencia de Guillermo Lasso, presidente de la República hermana del Ecuador.
Cómo olvidar la hermandad entre nuestros públicos, cómo olvidar que en
Guayaquil, en la costa del pacífico de ese país hermano del Ecuador, se
encontraron por primera vez Simón Bolívar y José de San Martín; Bolívar, ese
gigante, liberó medio continente, y otro gigante, San Martín hizo lo mismo;
entre los dos lograron la Independencia de las actuales repúblicas de Colombia,
Venezuela, Panamá, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina.
De esa ciudad de Guayaquil, importantísima de
Ecuador, era originario el escritor político y diplomático Vicente Rocafuerte,
el segundo presidente de la República Independiente del Ecuador, que se
desprendió del territorio de la gran Colombia, el primer ecuatoriano que
ejerció ese cargo en la nueva nación andina: Vicente Rocafuerte.
Este extraordinario ecuatoriano vivió y luchó
en México contra los conservadores; sus ideas liberales, su buena prosa y su
oratoria apasionada, hicieron época en nuestro país. Apenas unos meses después
de la entrada triunfal de Iturbide a la Ciudad de México para firmar el acta de
Independencia, Rocafuerte escribió un texto titulado “Bosquejo ligerísimo de la
revolución de Mégico: desde el grito de Iguala hasta la proclamación imperial
de Iturbide”. Allí sostenía que este caudillo, Agustín de Iturbide, era un
farsante, que solo buscaba, lo cito: “satisfacer la europea y pueril vanidad de
ponerse encima de la cabeza una mezquina redondela de oro llamada en el
vocabulario gótico corona imperial”. Poco tiempo después sucedió lo que
exactamente predijo Rocafuerte, y desde entonces adquirió fama y prestigio
entre los liberales mexicanos. Todavía en marzo de 1831, luego de regresar de
Inglaterra, donde representaba a México como encargado de negocios, escribió un
ensayo sobre la tolerancia religiosa y fue acusado de violar el artículo 3º de
la Constitución de 1824 que concedía exclusividad a la religión católica por
encima de cualquier otra.
De esta manera, un jurado integrado
únicamente por eclesiásticos, condenó a prisión al destacado liberal sin el
beneficio de la libertad bajo fianza. El encarcelamiento de Rocafuerte y la
defensa de su libertad se convirtieron en una célebre causa popular. Un historiador sostiene que “la actuación de
esta junta fue tan excesivamente irritante que indujo a muchos moderados a oponerse
no sólo al gobierno, sino también al clero, y hasta los moderados escoceses –se
refiere a las logias– y yorkinos se unieron para luchar porque se hiciera
justicia a Rocafuerte”.
El 19 de abril, debido a la presión ejercida
por diferentes sectores de la sociedad mexicana, Juan de Dios Cañedo, abogado
defensor de Rocafuerte, consigue su libertad.
A finales de 1831, Rocafuerte participó en la
fundación del periódico El Fénix de la Libertad. El primer número de este
importante impreso apareció el 7 de diciembre y se convirtió en el portavoz de
la oposición al gobierno conservador de México. Los redactores eran
destacadísimos personajes de nuestra historia; además de Vicente Rocafuerte,
escribían Manuel Crescencio Rejón, Andrés Quintana Roo, Juan Rodríguez Puebla y
Mariano Riva Palacio. Desde el periódico se cuestionaba a los ministros, en
especial a José Antonio Facio y a Lucas Alamán.
Rocafuerte sostenía que Facio había sido
partidario de Fernando VII y que Alamán era un reaccionario avaro a pesar de su
talento y de su cultura. En 1833, Rocafuerte regresa a Guayaquil, antes pasó
por Caracas, se entrevistó con el libertador. No fue buena la entrevista, el
encuentro porque Rocafuerte era civilista y el libertador pensaba que era
necesario mantener el poder de las fuerzas armadas. Llegó a Guayaquil y ese
mismo año fue electo diputado, no por Guayaquil, sino por Quito, la provincia
que comprende a Quito, la capital de la República de Ecuador; y luego de muchas
luchas políticas y militares, en agosto de 1835, es electo presidente
constitucional de la República del Ecuador.
Así como Guillermo Lasso que nos acompaña,
considero a Vicente Rocafuerte uno de los presidente más inteligentes, más
lúcidos, más patriota que ha tenido el hermano país del Ecuador.
En fin, la enseñanza mayor en la historia en
nuestra América es que somos herederos de conquistas sociales y políticas de
nuestros pueblos. Por eso están mal, errados, equivocados los que hablan del fin de la historia, no podemos saber a
dónde vamos si no conocemos nuestro pasado. Quien no sabe de dónde viene no va
a saber nunca hacia a dónde va. Somos herederos de conquistas sociales y
políticas de nuestros pueblos, conquistas que se fueron alcanzando con enormes
sacrificios en largos y difíciles caminos hacia la libertad, la justicia, el
progreso y la democracia.
Por ello, nosotros tenemos que cuidar esa
herencia, ese legado, mantener nuestros ideales y aplicar nuestros principios.
Hemos de recordar siempre que para ser justos es necesario ser libres. El
maestro Carlos Pellicer decía: “Los sentimientos de justicia son hijos de la
libertad, pues nunca siendo esclavos podremos ser justos”. Tampoco, sostengo
por mi parte, puede haber progreso sin justicia, progreso sin justicia es
retroceso, y añado no puede haber poder sin pueblo. Democracia es poder con
pueblo: Demos es pueblo, Kratos es poder, es el poder del pueblo.
Bendita sea la memoria que aquellas mujeres y
hombres que, desde la noche del 15 de septiembre de 1810, abandonaron familia y
bienes materiales y no dudaron en entregar su tranquilidad, su libertad o su
vida misma, para dejarnos una nación libre, independiente y soberana, una
verdadera patria.
Que
viva Ecuador.
Y que
viva México.
Muchas
gracias.
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