* Ramírez Arana, un peón del ex gobernador * “Fofo” y esposa, adictos al poder * Qué afán de perder votos * Qué honor para Nahle; desde su celda, Javier Duarte le da su aval * Juez libera predio vinculado a un secuestro * El Pámpano, su protector * Sin Marcelo Montiel, Rocío Nahle sería nada * El pacto termina en 2024
Mussio Cárdenas Arellano | 24 octubre 2023
Tribuna
Libre.- Repudiado,
inservible, al PRI sólo faltaba que el duartismo lo cooptara y lo cooptó. Su
hijo preclaro, Adolfo Ramírez Arana, es el nuevo sátrapa al frente del tricolor
en Veracruz.
A su vez, el fidelismo, que es una fábrica de
hampones y rufianes que merodean el poder, llevó a Lorena Piñón —en alguna
elección fue Piñón azul panista— a la secretaría general del comité estatal.
O sea, queriendo dar un salto al futuro, el
PRI volvió al pasado brutal.
Los que saquearon a Veracruz lo agradecen.
Los que inventaron empresas fantasmas lo disfrutan. Los soñaron ser ladrones de
cuello blanco y lo lograron, se regodean.
Ramírez Arana y su esposa, Ana Rosa Valdés,
son adictos al poder y al negocio que entraña el poder.
Si Adolfo fue alcalde de Pasos de Ovejas, Ana
Rosa también. Si Adolfo fue diputado local, Ana Rosa lo intentó y en la maroma
se quedó. Si Adolfo se montó en el lomo del dinosaurio priista, Ana Rosa igual.
Su respetable esposa es, literalmente, su compañera de correrías políticas.
Llega Ramírez Arana a la presidencia del PRI
estatal por un dedazo, el de Alejandro “Alito” Moreno Cárdenas, líder nacional,
que así revitaliza a las viejas lacras, los depredadores de las instituciones y
el erario que hicieron de Veracruz un botín.
Ramírez Arana, un insigne fidelista de
conductas violentas y tretas políticas, releva a Marlon Ramírez Marín, otro
adicto al poder, que cumpliera su período de cuatro años y si no se le orilla a
irse, ahí que se quedaría per saecula saeculorum, por los siglos de los siglos.
Ramírez Arana y Marlon Ramírez son galgos del
mismo establo. Políticamente, nacieron con Fidel Herrera, el ex gobernador, y
Javier Duarte, el ladronazo que hoy purga condena de nueve años por saqueo al
erario, los hizo a su imagen y semejanza.
La sucesión en el PRI veracruzano es la
estampa de un proceso manoseado y una simulación calculada.
Hace cuatro años, el PRI convocó a su
militancia, simulando que son bien democráticos. Hubo voto secreto, compitiendo
los fidelistas contra los duartistas. Y todos se acomodaron. Algo así como rifa
entre amigos.
Marlon Ramírez fue el ganador y Adolfo
Ramírez el que cargó con la derrota. Pero de ahí para acá, Marlon fue un
fiasco.
Es un perdedor nato. 2021 fue su Waterloo. El
PRI perdió 19 de 21 diputaciones federales —sólo un priista, Pepe Yunes, logró
triunfar en el distrito de Coatepec; la otra victoria fue para la panista
Maryjose Gamboa Torales, en el puerto de Veracruz—. En las 30 diputaciones locales
el PRI no pintó.
Al interior del PRI, Marlon Ramírez fue peor.
Provocó el divisionismo, el alejamiento de la militancia, el éxodo a Morena, al
Partido Verde, al Partido del Trabajo. Y qué decir con el manejo de las
prerrogativas económicas. Se le imputó falta de pago al personal mientras a sus
“aviadores” se les depositaba puntualmente. El PRI nacional ofreció auditar su
gestión, algo que nunca ocurrió.
El PRI de Marlon fue un PRI duartista. Y el
PRI de Ramírez Arana sigue siendo duartista.
De ahí el repudio social, el desprecio del
electorado, el desdén en las urnas, el crecimiento de Morena. Y el éxodo del
priismo, limitada a observar cómo se sacia la cúpula voraz.
Ramírez Arana fue un malandro de poca monta
cuando se iniciaba en el PRI. Violento, prepotente, un día paró en la cárcel
por agresión a otro joven en un antro.
La reseña de su instinto delincuencial se ha
vuelto a viralizar en redes sociales. Lo han destrozado. No hay virtudes para
dirigir a una partido impactado por el fenómeno Morena. Su único mérito es ser
duartista. Con eso cubre el perfil.
No hay una imagen del fichaje policíaco ni su
estampa portando el número de registro, pero sí el rostro del Adolfo Ramírez
joven, cabello alborotado, mirada de gañán.
“Fofo”, como se le conoce, pasó por la pinta
de bardas y el acarreo en las campañas hasta encumbrarse a presidente del
Frente Juvenil Revolucionario del PRI. Y años después se lanzó por cargos de
elección de popular, el dinero de las arcas públicas, el combustible para vivir
de la política.
Pues “El Fofo” Ramírez Arana llegó a ser
alcalde de la tierra que lo vio nacer, Paso de Ovejas, no lejos de Xalapa.
Entonces creció. Su bolsillo se llenó. Y mientras la cuenta aumentaba, el
Órgano de Fiscalización Superior de Veracruz le observaba irregularidades.
No concluyó su gestión. Llegó al Congreso de
Veracruz como diputado local, pero armando la estructura con que su esposa,
doña Ana Rosa Valdés, ganó la siguiente elección. Fue, tácitamente, una
sucesión monárquica.
Ana Rosa quiso ser diputada local y fracasó.
Aquel episodio fue histórico. La pareja pirotécnica volvió a hacer de las
suyas. Tuvieron la osadía de postularse simultáneamente en el proceso interno
del PRI para la candidatura a la diputación local de Emiliano Zapata, en 2021.
Ambos por el mismo cargo. Ninguno lo logró.
2021 fue un año fatídico para el PRI. En la
contienda por el Congreso de Veracruz, ningún priista ganó las diputaciones de
mayoría. Y las tres plurinominales son de Marlon Ramírez, Arianna Ángeles y
Anilú Ingram. La única diputación federal fue para José Francisco “Pepe” Yunes
Zorrilla, por méritos propios, a contrapelo de un sector del priismo, de los
allegados a Marlon Ramírez y a Fidel Herrera y Javier Duarte, que atizaron el
fuego amigo.
Ramírez Arana es un tipo con suerte. Y con
mañas. No ganó la presidencia del PRI estatal hace cuatro años pero sí el
liderazgo del sector popular, la CNOP. Y desde ahí escaló para suceder en el
cargo, por dedazo de Alito Moreno, a Marlon Ramírez.
El PRI en Veracruz tiene dueño. Son los
fidelistas, como Jorge Carvallo, ex alfil de Fidel Herrera Beltrán, líder del
Congreso estatal con Javier Duarte, quienes regentean el negocio.
Son los duartistas como Marlon Ramírez Marín,
subsecretario de gobierno con Fidel Herrera y Javier Duarte. Son los dueños de
la franquicia.
No hay en el PRI relevo generacional ni
relevo de grupos. La banda está atrincherada a las prerrogativas económicas que
por ley recibe el PRI, dispersadas entre “aviadores”, amigos, choferes, nanas,
encargados de rancho, esposos, amigas con derechos, mientras al personal
administrativo y dirigentes se les han llegado a adeudar hasta cinco quincenas
de salario.
No hay visión a futuro. El priismo, las
bases, la militancia no cuenta. Deciden las huestes de Fidel Herrera y Javier
Duarte, sin ceder a otras corrientes un centímetro de poder, simulando combatir
a la corrupción, exhibiendo las trapacerías del morenismo, las corruptelas y
atropellos a la ley del gobierno de Cuitláhuac García Jiménez, sólo con el fin
de regatear las candidaturas a diputaciones federales y locales plurinominales,
o la senaduría por lista nacional.
El espectáculo es grotesco. El PRI
fidel-duartista no cosecha votos. Ese PRI representa el saqueo a las arcas de
Veracruz, la soberbia del poder, el atropello y el abuso, las fortunas
millonarias al amparo del tricolor, la construcción del santuario Zeta, la
inacción ante la violencia, el cementerio clandestino en que se convirtió
Veracruz.
Se fue Marlon Ramírez y llegó Adolfo Ramírez
Arana. Más de lo mismo.
“Don Fofo” es el rostro de Javier Duarte. Y
ese lastre resta votos.
Con “Don Fofo” Ramírez Arana, el duartismo
cooptó al PRI.
Archivo
muerto
Qué honor para Nahle. Desde su celda, Javier
Duarte le da su aval. El reo, con su solvencia moral, dice que Rocío Nahle es
elegible para ser gobernadora. No sería, afirma el gordobés, la primera no
nativa de Veracruz en ocupar el cargo. Ahí están “don Fernando Gutiérrez
Barrios, Patricio Chirinos Calero o Miguel Alemán Velasco, quienes fueron
espléndidos gobernadores”, cuenta el recluso. Pues no va por ahí. Gutiérrez
Barrios, Chirinos y Alemán nacieron fuera del territorio de Veracruz pero eran
hijos de veracruzanos y oficialmente tuvieron actas de nacimiento que
acreditaron su origen jarocho. Rocío Nahle García, no. Nahle incumple los dos
párrafos del artículo 11 de la Constitución local que determina la condición
del veracruzano: haber nacido en el territorio o fuera de él pero ser hijo de
padre o madre veracruzanos. Nahle puede vociferar —Javier Duarte también— que
la residencia de 30 años le da esa condición. Pero no es así. Nahle es
zacatecana, de Río Grande, y no es hija de padre o madre veracruzanos. Así viva
mil años en Veracruz, no acredita la condición de VERACRUZANA, que es el primer
requisito para ser gobernador. Punto. Quien desde la prisión la impulsa, o sea
Javier Duarte, habla con la calidad moral que lo distingue tras el saqueo a
Veracruz, y su sentencia, por ahora, de nueve años tras las rejas. Rocío Nahle
debe sentirse honrada. Se requiere del espaldarazo de tan ilustre especimen
cuando las aguas apenas se comienzan a agitar. Ya verá lo que es navegar con
olas de huracán… Donde anda “El Pámpano”, inevitablemente hay truculencias
legales. Su protegido, el juez Gregorio Esteban Noriega Velasco, juez de
Control Adscrito al Juzgado de Proceso y Procedimiento Penal Oral del VII
Distrito Judicial en Poza Rica, Veracruz, liberó un terreno en que estuvo
secuestrado el periodista Richard Villa, el que por fortuna pudo regresar con
bien. Noriega Velasco, de negro historial en sus días como proyectista en el
Juzgado Primero de Primera Instancia, en Coatzacoalcos, ascendió a juez y hace
mancuerna con Manuel Fernández Olivares, “El Pámpano”, el poder tras el trono
en la Fiscalía General de Veracruz. Hay un juicio de amparo para evitar que la
propiedad, usada en un secuestro y donde fue hallado el comunicador, quede
liberada sin mayor trámite. Noriega Velasco fue proyectista cuando “El Pámpano”
era juez primero; o sea, su jefe. Luego maniobró para que Noriega Velasco fuera
transferido a Xalapa, más tarde ascendiera a juez en San Andrés Tuxtla y
finalmente fue adscrito a Poza Rica. La liberación del terreno en que estuvo
secuestrado Richard Villa, reportero e hijo del director del portal Presente
Veracruz, Jesús Villanueva, tiene tintes de influyentismo. El predio se
denomina La Muralla, está situado en Poza Rica y es propiedad de Ganadería
Pastejé, cuyo dueño es el empresario Carlos Peralta Quintero, hijo del famoso
Alejo Peralta, uno de los hombres más influyentes durante el priismo del siglo
XX, amigo de presidentes, secretarios de Estado, gobernadores, legisladores y
“novio” de la actriz Irma Serrano, “La Tigresa”. Alejo Peralta fue fundador de
la empresa IUSA, especializada en suministros eléctricos con facturación de 12
mil millones de pesos sólo en el sexenio de Enrique Peña Nieto. Carlos Peralta,
creador de la telefónica Iusacel, fue literalmente quien salvó a Raúl Salinas
de Gortari al advertir que el dinero hallado en un banco suizo era producto de
un fondo de inversión creado por Peralta. La liberación del rancho La Muralla
es ilegal. El predio sirvió como espacio para mantener secuestrado a Richard
Villa. Debió aplicarse la Ley de Extinción de Dominio. El juicio de amparo se
halla en trámite pero va descorriendo diversas irregularidades cometidas por el
juez Gregorio Esteban Noriega Velasco, de las que la Fiscalía de Veracruz no
impugna nada. Hay mar de fondo. El obradorismo que protege al salinismo, porque
qué personaje pudo haber pedido al gobernador Cuitláhuac García, y éste a la
fiscal Verónica Hernández Giadáns, y ésta al “Pámpano” Fernández Olivares, y
éste al juez Noriega Velasco liberar el rancho La Muralla, propiedad de
Ganadería Pastejé, sin que se deslinden responsabilidades y se esclarezca si el
predio sirve como área de seguridad de una banda delincuencial dedicada al
secuestro. Sólo dos personajes pudieron mover esos hilos: Andrés Manuel López
Obrador y el director de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett
Díaz… Sin Marcelo Montiel, Rocío Nahle sería nada. Marcelo operó en su contra
en 2012, llevando al priista Joaquín Caballero Rosiñol a la diputación federal
por Coatzacoalcos. Aún siendo elección presidencial, aún colgándose del efecto
López Obrador, Nahle perdió. Y aprendió la lección. Tres años después, en 2015,
pactaron. El mapache de Naranjos movió su estructura. Le allegó votos reales y
votos chuecos. Le dio a Morena su primera diputación federal. Y Nahle se
encumbró. Montada en los hombros del priista, y de los marcelistas, se
proyectó. Luego vendrían la alcaldía de Coatzacoalcos para el morenista Víctor
Manuel Carranza Rosaldo, en 2017; las diputaciones federal y local, la
senaduría, el gobierno de Veracruz y los votos para el mesías macuspano en
2018. Y en 2021, la alcaldía para Amado Cruz Malpica y las diputaciones federal
y local de Tania Cruz Santos y Eusebia Cortés. A cambio, las estructuras del
marcelismo se incrustaron en la nómina municipal, y los negocios fluyeron. Hoy,
a la distancia, en su rancho, en Naranjos, municipio de Puente Nacional, donde
ya hizo alcalde a su hermano Roberto, vía PVEM-Morena, Marcelo Montiel teje lo
que será la próxima elección. Sus huestes en Coatzacoalcos lucen mantas con la
leyenda “Nahle Va”. Sus fachadas alojan la propaganda de la campaña anticipada
de la zacatecana. El marcelismo se vuelca en torno a la oriunda de Río Grande,
municipio frijolero, situado en la frontera con Durango, a miles de kilómetros
de Veracruz. En 2024, gobierne o no Rocío Nahle por aquello del impedimento
constitucional a aquellos que no son veracruzanos por nacimiento, será la fase
final del pacto. Y la última vez que Marcelo Montiel operará para Morena. En
2024, el marcelismo tendrá manos libres para contender por la alcaldía de
Coatzacoalcos. Y en 2025, un marcelista, no necesariamente Marcelo Montiel,
será presidente municipal. Los pactos se cumplen. Los pactos terminan. O los
pactos se renuevan. Los intereses, no los ideales, son los que mandan…
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