* Enloquece a Nahle la afiliación de Chiquiyunes * Y reta a AMLO, Sheinbaum, Adán, Andy * Mijangos se mete a la final en el PAN * Los pecados de Liliana y Moisés * David Palacios, zar de los contratos del Clan Nahle-Peña * “Palurdo”, le decía Cutberto a Rosaldo * Funcionaria municipal adicta… y su socio también
Mussio Cárdenas Arellano | 04 marzo 2025
Tribuna
Libre.- Descompuesta, Rocío
Nahle brinca y salta, perdiendo la neurona y soltando la lengua al ver a su
némesis, su obsesión, su agresor de campaña, Miguel Ángel Yunes Márquez, entrar
por la puerta grande a Morena.
La
desquicia la afiliación del Chiquiyunes, el que llamó “viejo guango” al viejo
guango de López Obrador.
La
descoloca saber que el detractor de Morena entró a Morena con la venia de la
presidenta Claudia Sheinbaum, de la mano del senador Adán Augusto López
Hernández, acuerpado por el porro guinda, Gerardo Fernández Noroña, pero sobre
todo –sobre todo– validado por el propio Peje y operado por Andrés Manuel López
Beltrán, el junior del Bienestar, y la lideresa nacional morenista, Luisa María
Alcalde Luján.
Es
comprensible, pues, el vómito negro de la gobernadora de Veracruz. Cruje por
dentro, infectada por la frustración, sabiendo que mientras el obradorismo
tenga el poder, los Yunes azules serán intocables.
Se sabe
usada y burlada, porque fue Rocío Nahle García quien reactivó las denuncias
contra Miguel Ángel y Fernando Yunes Márquez, quien los cercó, quien orilló a
Chiquiyunes a huir del país, sin advertir que terminarían siendo camaradas,
compañeros de partido.
Nahle
los corretea y Adán Augusto los viste de guinda.
El
circo es para labrarlo en oro. Los Yunes, que se engullían al disparatado
Andrés Manuel López Obrador, al que no bajaban de “loco”, “vividor”, “traidor”,
“corrupto”, “viejo guango” y una sarta de verdades más, al final pactaron.
Fueron
acosados con denuncias penales, órdenes de aprehensión, una ficha roja para que
Interpol atrapara a Yunes Márquez en el extranjero. Esa pinza los llevó a la
negociación y al pacto de impunidad. Y Nahle perdió.
El voto
de Chiquiyunes validó en el Senado la reforma judicial, concediéndole a López
Obrador la captura del Poder Judicial de la Federación, el último contrapeso al
autoritarismo obradorista.
El voto
de la traición fue la purificación en el lodazal obradorista y,
consecuentemente, su conversión. Sólo faltaba afiliarse a Morena. Y Chiquiyunes
se afilió.
Nahle,
que tiene la lengua más suelta que los Yunes, se fue de bruces y azotó.
Había
jurado que si Morena acuerpaba a Yunes Márquez y a su padre, el ex gobernador
de Veracruz, Miguel Ángel Yunes Linares, Morena versión Veracruz no les daría
cabida.
“Nos
reservamos el derecho de admisión”, blofeó. Y lanzó a la jauría a marcar el
territorio como si Morena-Veracruz fuera de su propiedad.
Y como
si Veracruz también fuera suyo, vociferó: si Morena admite a los Yunes “me
declaro gobernadora independiente”.
Vio a
Yunes Márquez junto a Sheinbaum, esbozando una sonrisa los dos, y ahí comenzó a
sentir que la soledad política.
Vio
llegarle a Chiquiyunes un espacio en la Comisión de Justicia del Senado y la
tensión creció.
Vio a
Chiquiyunes convertido en presidente de la Comisión de Hacienda del Senado y ya
puede imaginar que en un descuido le va a auditar su paso por la refinería
Olmeca, los negocios del clan familiar, el del marido incómodo, Pepe Peña Peña
y los amigos y compadres, los más de 200 mil millones de pesos tirados al
drenaje en una refinería que no refina ni el agua de lluvia que inunda sus
patios.
“Allá
en el Senado ellos tomarán sus decisiones, pero aquí en Veracruz hemos sido
puntuales. No voy a ahondar sobre el tema, ya hice una declaración y que cada
quien asuma las consecuencias de sus actos”, replicó con la soberbia que lleva
en la entraña.
El 19
de diciembre de 2024 retó a la cúpula nacional de Morena. La afiliación de los
Yunes no depende solo de la cúpula de Morena, dijo, sino de las bases del
movimiento.
Y
exhibió su dolor: ellos, los Yunes, la hicieron víctima de violencia política
de género en la campaña por la gubernatura. Una patraña. La violencia política
de género no fue más que la exhibición de riqueza inexplicable, que ella misma
admitió al mostrar las escrituras de sus propiedades.
El 14
de febrero pasado, antes de su encuentro con Sheinbaum en Veracruz, Nahle
insistió en que Morena no es solo un partido, sino un movimiento, y que la
militancia demandará cuentas a quienes se alejen de sus principios.
Rocío
Nahle ya veía venir el torbellino que la hace girar, que le resta poder, que la
obliga a cohabitar en Morena con sus nuevos camaradas, sus victimarios, los
Yunes azules.
Y al
final, el golpe brutal: la afiliación del Chiquichairo.
Literalmente
enloquece. Sheinbaum estuvo en Veracruz y no la alertó, mucho menos impidió la
afiliación de Yunes Márquez. En ese punto, Nahle no tiene el apoyo
presidencial.
La
reacción de Nahle es insólita. Es una revuelta contra la cúpula de Morena,
contra los personeros de López Obrador, contra Adán Augusto y Noroña, contra
Luisa María Alcalde Luján y, por encima de todos, contra Andrés Manuel López
Beltrán. Si Andy y Chiquiyunes aparecen en la misma fotografía, por algo será.
Las
pataletas de Nahle son las de una niña malcriada que ronda la tercera edad, una
disparatada política ignorante de las reglas del poder.
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