José Miguel Cobián | 11 junio 2025
Tribuna
Libre.- En los años 70´s del siglo pasado, los grandes capitalistas americanos
encontraron un nicho para bajar sus costos por mano de obra de manera brutal,
llevar la producción y por lo tanto, las fábricas, de Estados Unidos a
China. Con ello incrementaron de manera
sustancial sus ganancias, al grado de que muchas de sus empresas se convirtieron
en las más valiosas de Wall Street. Ejemplo: apple.
El
llevar la producción a China produjo también un efecto indeseado, el incremento
del flujo de navegación y en general de logística de un país a otro, con el
consecuente daño ambiental. Qué por cierto, hasta el día de hoy, todas esas grandes
compañías no asumen como causado por ellos y por lo tanto el costo de la
remediación.
Hoy, el
presidente Trump trata de remediar la pérdida de empleos manufactureros en
Estados Unidos. Lo hace, porque ahora
que tuvimos la epidemia de covid, se hizo manifiesta la debilidad de las
cadenas de suministro. Si ya de por sí,
un accidente en el canal de Suez, o un ataque efectivo de los Hutíes en el
golfo de Ormus, o cualquier otro hecho fortuito, generaban una escases parcial
de productos.
Si
además de ello, se percibe que los principales insumos, los más escasos, han
sido descubiertos en países que no controla nuestro vecino, como es el caso de
las tierras raras, hoy tan importantes para todos los componentes electrónicos,
nos encontramos con que de repente, Estados Unidos descubrió que es vulnerable,
y por ello desea regresar a fabricar en su propio país lo fundamental para
conservar lo que le queda de imperio
Ahora
Trump genera la idea de aranceles, los cuales van a ayudar muy ligeramente al
enorme déficit fiscal de su país, pero ayuda también para obligar a las
naciones amigas y a las naciones que consideran como fundamental el comercio
con Estados Unidos, a comprar deuda americana, y así ayudar a financiar su
déficit un poco de tiempo más. Es decir,
darle respiración artificial a la economía norteamericana.
Trump
creo que ha leído de manera equivocada la solución al problema, y lo digo,
porque el nuevo proyecto impositivo, ese de tan bello nombre, provoca un
déficit adicional enorme en los próximos cuatro años, al bajar impuestos, sobre
todo a los más ricos.
Y aquí
es dónde se genera la paradoja. Mientras
el 3% de los norteamericanos son empleadores, y la inmensa mayoría se han
beneficiado de sacar su producción de Estados Unidos, ahora cuando se trata de
pagar los platos rotos, no son esos mismos grandes empresarios los que van a
cubrir el costo de las decisiones tomadas desde 1970 a la fecha. No, los aranceles elevan el costo de los
productos que se venden en Estados Unidos, por lo tanto, esos aranceles serán
pagados por la clase media y baja norteamericana. Así, mientras a los más ricos les llega una
reducción de impuestos, los estratos económicos inferiores son los que pagan
las consecuencias.
Si
viviéramos en un mundo justo. Tanto el
daño ambiental provocado por el brutal incremento de viajes debido a llevar la
producción de bienes a dieciséis mil kilómetros de distancia, como el costo
económico, debería ser cubierto por las grandes empresas, pero son esas grandes
empresas, las que controlan el poder económico y por ende, ningún presidente
desearía enfrentarse a ellas.
Así las
cosas, y ahora, ya sea para distraer a la opinión pública, para vengarse de los
demócratas o para afectar la economía de California, tenemos un conflicto
social generado por el servicio de migración estadounidense, que puede tener
consecuencias catastróficas tanto para el propio estado de California como para
México.
El
problema para México va en tres vertientes.
La primera se debe a la imprudencia de la presidencia Sheimbaum de
amenazar con movilizaciones sociales si se establecía el impuesto a las
remesas. Así, aunque nada tenga que ver
con los problemas de Los Ángeles, los radicales podrán acusarla de haberlos
originado.
La
segunda vertiente, es la posibilidad de que muchos de nuestros connacionales
salgan de Estados Unidos, lo cual va a reducir la cantidad de remesas que
recibe todo el país, pero en especial los estados más pobres, como Guerrero y
Michoacán en los que representan el 20% de su PIB.
La
tercera vertiente, es que en seguridad nacional, allá en Estados Unidos,
consideran que el sur de California se ha convertido en un paraíso para
terroristas venezolanos e iraníes, así como miembros del crimen organizado de
México, lo cual va a provocar una persecución de indocumentados sin precedente
en la historia, lo cual a su vez, va a generar una enorme presión económica a
un gobierno de Morena que no ha sabido estimular la creación de empleos. Y sin empleos, ya sabemos que la gente busca
opciones dentro de las organizaciones criminales, lo cual depara un futuro muy
peligroso para México, sobre todo ahora, que ha sido desmantelado el poder
judicial, sin haber reforzado las fiscalías, ni los procedimientos de
investigación de delitos, tanto del fuero común como del federal, es decir, los
criminales encuentran en México el paraíso de la impunidad, ya que pueden hacer
lo que gusten, cometer cualquier tipo de crimen y no serán castigados por ello.
La otra opción para muchos sería correr el riesgo y volver a Estados Unidos e
inundarlo de mexicanos buscando trabajo o asilo.
Cualquier
escenario no pinta bien. La presidenta
podrá reunirse con el presidente Trump en Canadá, pero las semillas de la
desconfianza en el país y en su gobierno ya están sembradas. A la todavía
primera potencia mundial económica y militar, no le conviene un México con
graves problemas económicos y sociales al sur de su frontera. Eso puede ser el inicio de la debacle
política de Morena y sus aliados.
elbaldondecobian@gmail.com @jmcmex
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