* El
caso la indígena asesinada por militares
* Vencer el miedo y el asedio * A
los críticos, persecución y desprestigio
* Alzar la voz por los caídos *
Gana Mónica Robles el repudiómetro * Le
va mal en el informe de Nahle * Suena
“Hielitos" Pavón * El guarura en el
evento de Chiquiyunes * Ni San Judas
Tadeo evitó la redada
Mussio Cárdenas
Arellano | 31 octubre de 2017
Tribuna Libre.- Un crimen, el de Ernestina Ascensión,
indígena náhuatl de Zongolica, a manos de militares, marcó a Regina Martínez y
a Norma Trujillo, siendo asediadas, perseguidas, una muerta y la otra
enfrentando al poder que embiste y pulveriza a sus enemigos.
Lo recuerda, lo detalla Norma Trujillo Báez,
periodista incansable, crítica, reportera de La Jornada Veracruz, de pluma fina
y contundente. “Nos convirtió —cuenta— en ‘apestadas’ para las autoridades
locales y federales”.
Habían documentado la muerte y sus causas, la
violación de que fue objeto Ernestina Ascensión, sus palabras cuando la vida se
le escapaba y un indicio: los elementos del Ejército implicados hasta el
cuello.
Y el Ejército las embistió.
No se sabe si en su juicio o como siempre,
Felipe Calderón dijo que no, que la mujer indígena, adulto mayor, murió por
gastritis.
Fidel Herrera ordenó cambiar el dictamen de
la necropsia. Y los legistas fueron cesados.
A Regina Martínez le resultó citatorio ante
la entonces Procuraduría de Justicia de Veracruz porque no ella sino la revista
Proceso, de la que era corresponsal en Xalapa, publicó la fotografía de
Ernestina Ascensión durante la necropsia.
Fidel quiso atrapar al reportero de Proceso
que firmó la información, Rodrigo Vera, pero el semanario de Julio Scherer lo
habría crucificado, y reculó.
Muerta Regina, cinco años después, esa línea
de investigación fue ignorada.
Para gloria del Ejército, se omitió.
Para gusto de Calderón, se omitió.
Para agrado de Fidel, se omitió.
Norma Trujilo la tiene ahí, en la primera
fila de sus pensamientos. Son sus días con Regina, sus pistas y la búsqueda de
la verdad. Es, quizá, la clave del por qué se fue, el por qué ya no está.
Su voz se escucha en Romper el Silencio,
compendio de relatos e historias sobre el ejercicio de la libertad de
expresión, dentro y fuera de Veracruz, bajo la constante del amago a quienes se
resisten a callar, a quienes enfrentan al sistema y a sus más burdas formas de
represión.
Con otros 21 autores, periodistas todos,
Norma Trujillo retoma su experiencia informativa junto a la inolvidable y respetada Regina
Martínez, corresponsal de la revista Proceso hasta su muerte violenta, el 28 de
abril de 2012, detonando la crisis que llevó al caos mediático a Javier Duarte, que lo enfrentó a
la prensa crítica, que lo confrontó con las voces —unas cuantas desde años
antes y otras a partir de entonces— que habrían de evidenciar al Veracruz sin
control, saqueado e inmerso en la violencia.
Y a quienes alzaban la voz, los perseguían,
los aterraban, los mataban.
Titula a su texto “Un viaje interior: El
silencio cómplice o la historia que puede matarte”, planteando la disyuntiva
entre la autoscensura y el reto de hablar con libertad, con sus riesgos y
aciertos.
Apunta Norma Trujillo Báez:
El 28 de abril del 2012, el crimen de Regina
Martínez, me cimbró, me indicó que no importa en dónde viven los periodistas ni
las informaciones que reportan. Tampoco importa el medio de comunicación para
el que trabajan. Ella fue estrangulada, y a otros colegas, las balas los
privaron de la vida.
Los temas que llegamos a reportear Regina y
yo me hacían dudar de si debía seguir o autocensurarme, me atemorizaba ser la
reportera incómoda. Recordé cómo investigar el crimen contra la indígena
Ernestina Ascencio nos convirtió en “apestadas” para las autoridades locales y
federales ante la negación de lo evidente: la participación de elementos del
Ejército o la persecución de indígenas de Ixhuatlán de Madero, por la policía
estatal. Exhibir la corrupción que desde los primeros días del gobierno de
Javier Duarte ya se observaba. El miedo me invadía. Sin embargo, mi conciencia
decía ¿por qué el silencio? , ¿por qué no decir nada cuando habían asesinado a
una colega y amiga?, ¿acaso tendría que autocensurarme y aceptar la versión del
gobernador que afirmaba “no pasa nada”? Vale decir que, en aquellos años, los
índices de desaparecidos ya eran altos, el crimen organizado ya estaba ahí, con
ejecutados, persecuciones, balaceras; estaba ahí, en donde ya se prefiguraba
que no había una línea divisoria entre gobierno y ellos.
Describe Norma Trujillo el asedio sutil, el
enviado que transmite la amenaza:
Ese estar entre el miedo y la ética personal,
tan premoderna, tan de pueblo, tan heredada de mi madre, me hacían tener
cautela, hasta que ya no pude callar. Como un volcán contenido, explotaron
todos esos recuerdos sutiles y aislados de agresiones que uno deja pasar, que
les resta importancia y minimiza su efecto al temer ser acusada de paranoica o
bipolar.
En esta lucha interna, emergieron mis
recuerdos: “compañeros” que, mandados por su “padrino político”, sembraban un
soterrado miedo con un comentario inocente para afectar tu conciencia y tu
valor; cómo olvidar cuando convocamos a manifestarnos el 7 de junio de 2012 y
un colega oficialista dijo que era un “boicot hacia Javier Duarte”; cómo
olvidar a los dirigentes de organizaciones sociales y políticas “combativas”
que, simulando amistad, manipulaban información; o la insospechada
omnipresencia de la “policía política”, fundada en el sexenio del priísta
Fernando Gutiérrez Barrios, que entrenados en el manejo de armas y como
operadores políticos se nos acercaban como “amigos” para invadir nuestra vida
privada y hacer un perfil personal. Estas eran las situaciones que ocurrían
aisladas pero que juntas me hicieron sospechar de una estrategia de control
gubernamental. Esas personas a las que la vox populi ha puesto “orejas”, se
encargan de recabar información sobre nuestros gustos, preferencias,
familiares, datos útiles para “negociar” la información a publicarse. Orejas
que se hacen pasar por periodistas de un medio aceptado por los actores
sociales o políticos. Orejas con actitud militar o de personas agradables,
algunas mujeres arregladas y hermosas, que graban nuestras entrevistas y
conversaciones con las fuentes o nos dan seguimiento personal. Cómo olvidar
aquella mujer que decía ser del Estado de México, ser amiga de Roberto Madrazo
y de una defensora de derechos humanos y, por qué no, también ser reportera de
El Universal, pero a quien se le vio entrar al Palacio de gobierno por las
noches para informar al Estado sobre acciones y vida de los actores políticos,
sociales y reporteros.
Esos recuerdos salieron de golpe y trastocada
por el dolor y el coraje por el asesinato de Regina, reuní a Lupita, Rodrigo, y
otros amigos que se encontraban fuera de Xalapa. Redacté una carta pública
dirigida al a Felipe Calderón y a Javier Duarte, exigiendo justicia para
nuestra compañera, corresponsal de la revista Proceso, pero también para to-
dos los colegas asesinados, como Gabriel Huge, Guillermo Luna Varela y Esteban
Rodríguez Rodríguez, encontrados en bolsas negras de plástico, cortados en
pedazos y dejados en la rivera de un canal, como el asesinato de Miguel Ángel
López en la madrugada del 20 de junio de 2011 junto con su esposa y uno de sus
hijos dentro de su domicilio en el puerto de Veracruz, o el de Yolanda Ordaz,
encontrada muerta la madrugada del 26 de junio de 2011, atrás de las
instalaciones del periódico Imagen de Veracruz, en el puerto.
Después de esa carta soportada por la firma
de varios colegas, los asesinatos de nuestros colegas continuaron: Gregorio
Jiménez, Moisés Sánchez, Armando Saldaña, Juan Mendoza, Rubén Espinosa, Manuel
Torres, Anabel Flores, Pedro Tamayo y las desapariciones de Gabriel Fonseca,
Miguel Morales Estrada, Sergio Landa Rosado.
Y luego nació Voz Alterna:
Claro estaba que a la administración de
Duarte les molestábamos. Le molestaba nuestra exigencia de justicia y la
demanda que tomaran como línea principal de investigación judicial el trabajo
periodístico de los colegas asesinados. Así fue consolidándose el grupo que
después tomaría por nombre: Colectivo Voz Alterna.
Unos emprendieron la lucha, entre ellos Rubén
Espinoza Becerril, reportero gráfico, colaborador de AVC, Proceso, Cuartoscuro,
despedido del ayuntamiento de Xalapa por sus imágenes críticas, con el que
habría de compartir el miedo y la persecución.
Nacía Voz Alterna para defender la libertad a
decir, a hablar, a denunciar, y a rescatar la memoria de los colegas muertos,
desprestigiados, criminalizados.
Iniciaron unos, otros se fueron. Sentían el
puño del régimen, la presión de los medios, la ira del patrón. Se les conminaba
a no manifestarse, a no replicar. Y algunos no aguantaron más.
Frente a la amenaza, cuenta Norma Trujillo,
la fortaleza:
Eran los tiempos en que nadie se atrevía a
contrariar al gobernador, era la política de comunicación social: si no te
corrompo, te desprestigio. Cómo olvidar cuando irrumpimos la comparecencia ante
diputados del secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez Zurita, para
reclamarle que sus elementos habían golpeado a fotorreporteros y periodistas en
el desalojo del campamento de maestros instalado frente al Palacio de gobierno
en la víspera del grito de Independencia, del “aullido de impunidad” de Duarte.
Acusa Norma Trujillo la indolencia oficial,
la complicidad silenciosa de los órganos creados para proteger periodistas:
En noviembre del 2015, y ya alerta por las
amenazas en nuestra contra, me percaté que en la ”Plaza Regina” un “oreja” le
tomó fotografías abiertamente a mi hija con su celular, por lo que presenté una
denuncia ante la Fiscalía del Estado de Veracruz. Una menor de edad víctima de
intimidación por parte de un servidor público. En la Fiscalía me mandaron a
hacer un peritaje psicológico y el proceso se convirtió en un ir y venir para
supuestamente “documentar” pruebas, pero con el fin de hacerme desistir de la
denuncia contra personal de la Subsecretaría de Gobierno. Han pasado dos años
del incidente y sigo esperando la solución y la respuesta de la Fiscalía
Especializada en Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión
sobre amenazas de muerte que llegaron a mi celular como “hoy saldrás y
morirás”. Para la FEADLE, no se consumó el delito de amenaza porque he
aprendido a vivir con el miedo.
De Rubén Espinoza apunta:
El olor a sangre no terminaba de
sorprendernos. Rubén Espinosa tuvo que salir en el mes de junio del 2015 a la
Ciudad de México, luego de varios episodios de amenaza, como la ocasión que en
pleno centro de la capital veracruzana, fue perseguido por dos hombres armados
desconocidos. El 31 de julio del 2015 silenciaron a Rubén en la ciudad donde se
había refugiado.
Desde aquel 28 de abril del 2012 cuando
asesinaron a nuestra compañera periodista Regina Martínez, el coraje sigue
siendo más fuerte que el miedo, más grande la solidaridad que el egoísmo, más
enérgica la convicción que la comodidad, como para seguir escribiendo
historias, siendo testigo de lo que vive mi país.
Fue el caso Ernestina Ascensión el punto de
partida hacia la tragedia de Regina. Luego vendría el acoso del duartismo. Hoy,
en el gobierno del cambio, acusa Norma, nada ha variado.
Y del dolor nace la fuerza.
Archivo muerto
Un abucheo, una repulsa, los gritos y el
desaire, y hasta la matraca que suena y suena cuando en territorio morenista se
escucha un nombre, el de Mónica Robles de Hillman. Fue lo mejor del Segundo
Informe de Rocío Nahle, la de los cantos y los cuentos, la que fustiga a la
mafia en el poder pero no le gana una votación en la Cámara de Diputados.
Lacera el repudio de las huestes pejistas a la diputada priista, duartista, a
quien todavía verán en el Senado con el voto de los que no la digieren. Su
nombre resuena y el morenismo reacciona al unísono, unos con el abucheo y otros
elevando la voz —“te quieren imponer”—y aquella matraca que suena como si la
porra fuera para aclamar a un célebre invitado al informe de la diputada Nahle.
Mónica Robles clava entonces la mirada en el teléfono celular y ahí aguanta la
humillación hasta que se escuchan otros nombres y el aplauso vuelve a sonar. Al
alcalde Joaquín Caballero Rosiñol también le tocó silbatina, pero Mónica Robles
fue, sin duda, la ganadora en el repudiómetro… Ya depuesto Jorge Ursúa, viene
el reemplazo. Suenan nombres, pero el de José Alberto Pavón David, más que
todos. Sería el nuevo subdirector de Administración y Finanzas de la Comisión
Municipal de Agua y Saneamiento —o CAEV— Coatzacoalcos, empresa que conoce a
fondo, como pocos, pues cuando la dirigió, en tiempo del PRD en la alcaldía, la
hizo eficiente, transparente y la dejó sin deuda y hasta con dinero en caja.
“Hielitos" Pavón fue mencionado cuando acababa de caer Rafael Abreu, tras
el escándalo de las despensas y ayuda entregada por su AC “Yúnete” a
damnificados del sismo del 7 de septiembre, que se convirtió en una bola de
nieve contra el gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes Linares, por la
similitud con su apellido, el color azul del PAN y que Abreu sea amigo personal
de sus hijos Fernando y Miguel Ángel. De un momento a otro se sabrá si es José
Alberto Pavón el nuevo encargado de las finanzas de CAEV Coatzacoalcos u otro
personaje actualmente radicado en Xalapa… A tope el salón, Chiquiyunes pudo ver
fans pero no alcaldes electos, ni estructuras electorales, ni alguien que entre
el panismo le allegue uno que otro voto para lo que será la guerra de todas las
elecciones, en 2018. Se balconea Miguel Ángel Yunes Márquez aunque diga que lo
suyo no es precampaña anticipada y aunque el Tribunal Electoral de Veracruz le
dé la razón. Lo que halla en el Holiday Inn es un show engañoso. Se llena el
salón pero quienes pudieran acarrearle votos brillan por su ausencia. Convoca
Zoyla Balderas, alcaldesa electa de Nanchital, pero quienes llevan el registro
de asistentes son los del grupo apestado de CAEV, los pupilos de Rafael Abreu:
Emily Páramo, Hassan Oliver, Paco Leal, Arturo Canales, hasta el teniente
Alejandro Martínez con su trato afable, Mario Veneroso y José Eduardo Torrea
Leija, un pedantón importado de Monterrey por Jorge Ursúa, que se pasea armado
en los patios de CAEV. ¿Será que traía la trona en el evento de Chiquiyunes?…
Ni San Judas Tadeo los salvó. Al festejo en honor del santo de los casos
desesperados llegaron decenas de policías federales y estatales, la noche del
sábado 28, en la colonia Puerto México, en Coatzacoalcos. Encañonaron a todos.
Se llevaron a 26 varones, incluido un menor de ocho años y hasta al tecladista
que amenizaba el evento. La cumbia paró. Dio paso al azoro y al terror, la voz
del que ordena, del que intimida, a la queja de las mujeres que dicen haber
sufrido maltrato. Y de los 26 puestos a disposición de la Procuraduría General
de la República, quedaron sólo cuatro. Y les imputaron traer armas cortas y
largas. Ellos son Adrián Salomón Medina, con domicilio en la colonia Allende
Unzaga de Villa Allende; Martín Ramos Legua, quien vive en la colonia Rafael
Hernández Ochoa, en Coatzacoalcos; Jesús Adolfo Baños Salomón, domiciliado en
la colonia Puerto México y Daniel Ortega Castillo, con residencia en la colonia
Brisas del Golfo. Otra vez la PGR, otra vez Villa Allende, otra vez detenidos,
armas cortas y armas largas…
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