*Aquiles
Córdova Morán. | 06 noviembre de 2018
Tribuna Libre.- No creo que la imagen prejuiciada que
nuestros detractores se han formado del Movimiento Antorchista Nacional (“la
antorcha mundial”, nos ha llamado despectivamente el presidente electo) vaya a
cambiar con un pronunciamiento más de nuestra parte. De todos modos lo haré,
porque esta es la verdad y porque es un derecho y un deber de todo mexicano
preocupado por el presente y el futuro de su país.
Los antorchistas no somos, desde ningún punto
de vista, una fuerza política conservadora y mucho menos una pandilla de
rufianes chantajistas y explotadores de la pobreza ajena, como afirman a cada
rato “destacados” columnistas y reporteros que escriben al dictado de alguien,
o impulsados por un instintivo odio de clase hacia los más pobres de México,
que son los que nutren las filas de nuestro movimiento. Desde que nacimos a la
vida pública, hace 44 años, definimos con toda precisión nuestro objetivo:
educar y organizar a las masas populares para ponerlas en condiciones de
defender sus verdaderos y legítimos intereses, e incluso de gobernar al país en
caso de ser necesario y posible. Para lograr esta elevación política y
organizativa de las masas, elegimos como herramienta legítima enseñarlas a
luchar en contra de la pobreza extrema que padecen, es decir, enseñarlas a luchar
luchando por lo suyo, por lo que por derecho les corresponde, para beneficio de
ellos mismos y de sus familias. Y de nadie más, ni siquiera de sus líderes.
Casi medio siglo después, los resultados
hablan por sí solos. Dos millones de antorchistas mexicanos son hoy mejores
porque entienden la situación difícil de su país y la suya propia, porque
conocen las causas y están dispuestos a erradicarlas por vía pacífica,
democrática, pero con la fuerza de su número, de su unidad y de su convicción profunda. Esta unidad y
conciencia las han adquirido luchando sin descanso por una vida mejor;
demandando a quienes por ley tienen obligación de hacerlo, solución a carencias
tales como vivienda, educación, salud, comunicaciones, urbanización de sus
pueblos y colonias, servicios básicos como agua, drenaje, electricidad, energía
para sus hogares, etc. Y también aquí hablan los resultados. Bastaría comparar
seria y desprejuiciadamente el Chimalhuacán de la época de Guadalupe Buendía,
alias La Loba, con el de hoy, para convencerse de que lo que Antorcha y los
antorchistas han hecho y siguen haciendo es progreso real, tangible para la
gente, y no simple demagogia verbal, como es el caso de nuestros detractores.
Pero para quienes se empeñan en esconder la
verdad, es muy fácil darle a la gente una imagen radicalmente falsa y
totalmente opuesta a lo que realmente ocurre en la realidad, simplemente
manipulando el lenguaje en el discurso, el papel y la imagen. Resulta un juego
de niños trastrocar la verdadera naturaleza de los hechos mediante el simple
recurso de cambiarles el nombre. Por ejemplo, llamándole “chantaje” al
ejercicio del derecho constitucional de protesta y de manifestación pública en
contra de funcionarios insensibles y corruptos que se niegan a atender las demandas
populares; calificando de “sucio negocio” y “enriquecimiento ilícito” de los
líderes al dinero que los gobiernos dan para la realización de las obras que la
gente exige (dinero que, además, manejan y supervisan ellos mismos y no los
“líderes”, como aseguran los medios); o, finalmente, calificando de
“clientelismo”, “manipulación”, “corporativismo” o “esclavización de la gente”,
a la unidad fraterna y autoconsentida de los antorchistas, aprendida en la
lucha diaria, y al respeto, apoyo y, por qué no, cariño de la gente hacia sus
líderes en reconocimiento al sacrificio, riesgos y sufrimientos que viven junto
con ellos para conseguir hacer menos dura su existencia. En resumen, que es muy
fácil convertir en negro lo blanco, en delito nefando la solidaridad con los
desvalidos, mediante un simple trastrueque malintencionado de los vocablos.
Pero los hechos son los hechos: dígase lo que se quiera, somos una organización
popular con dos millones de afiliados que trabaja día y noche por la educación
y organización del pueblo trabajador, empleando como herramienta legal el
combate al hambre y a la pobreza que castiga a ese mismo pueblo.
Reafirmar esto era necesario para respaldar
lo que sigue. Es más que evidente que a nosotros no tiene por qué molestarnos
ni rebelarnos el resultado de la recién pasada jornada electoral y el triunfo
del actual presidente electo, con sus proyectos de cambio. En su momento
dijimos, con toda honradez, que nuestra opinión se inclinaba por otro candidato
por dos razones entendibles: a) porque el diagnóstico de la situación nacional
que cargaba toda la responsabilidad a la corrupción nos parecía simplificador e
insuficiente; b) porque, en el supuesto de que el verdadero propósito fuera más
completo y profundo, hasta tocar las estructuras económicas del régimen, no
veíamos que estuvieran dadas las condiciones objetivas ni la preparación
subjetiva para resistir una embestida seria. Debo decir que, hasta hoy, no hay
todavía motivos para cambiar de opinión.
Pero el hecho es que MORENA ganó ampliamente,
y aunque eso no desbarata por sí mismo nuestras objeciones, nos obliga a acatar
el mandato de la mayoría dejando que el gobierno de la cuarta transformación
ponga en ejecución sus verdaderos planes y proyectos. Mientras tanto,
abstenernos de cualquier crítica anticipada y de ofrecer un obstáculo, por
mínimo que sea, al éxito de tales medidas. Y esa sigue siendo nuestra decisión,
a pesar de todo. Pero eso también nos obliga a señalar debilidades y peligros
que creemos atisbar, precisamente por sentirnos comprometidos con el futuro del
país, quienquiera que lo gobierne.
Repito, pues, que nacimos para organizar y
politizar al mayor número de mexicanos que nos fuera posible, y estamos seguros
de que esto no es, de ningún modo, oponernos al cambio. Sin embargo, el país
entero escuchó el discurso acusatorio y discriminador del presidente electo en
contra nuestra, discurso que ha sido tomado por muchos como la señal que
esperaban para acabar con nuestro movimiento, por las razones que sean. En
efecto, se han multiplicado las injurias, las acusaciones no probadas, las
amenazas de muerte (la última víctima fue el diputado Dr. Brasil Acosta) e,
incluso, los “accidentes” mortales y los asesinatos. ¿Quiere esto decir que la
educación y la organización de las masas son vistas como un peligro para la
cuarta transformación? ¿Por qué? Para nosotros solo es posible una de dos
explicaciones: o bien porque la naturaleza de los cambios es de tal manera
superficial que la participación de las masas es no solo inútil, sino incluso
un estorbo; o bien porque alguien no se ha dado cuenta que mientras más
profundos sean los cambios, mayores serán los obstáculos y más audaces y
peligrosos los enemigos a vencer, y el riesgo de naufragar será más inminente.
Y eso sí que nos importa, porque nadie debe
olvidar que un intento fallido de cambio social no se resuelve simplemente
volviendo al punto de partida; lejos de eso, el efecto de reacción nos lanzará,
necesariamente, más allá, nos hará retroceder mucho más lejos, hasta bordear
quizá la dictadura fascista de derecha. Y el daño será para todos, culpables o
no del fracaso. Remember Brasil. Por eso creemos necesario no desperdiciar las
lecciones que nos ofrecen varios países hermanos de América Latina, como
Argentina, Ecuador, Venezuela y Nicaragua, además del ya mencionado Brasil. Me
parece de gran actualidad, por eso, lo dicho por un connotado religioso
brasileño, Frei Betto, en conferencia internacional en la Habana, Cuba:
“… la región avanzó mucho en los últimos
años, se logró elegir jefes de Estado progresistas, conquistar conexiones
continentales importantes como la alianza Bolivariana, CELAC, UNASUR, pero se
cometieron errores”. ¿Qué errores? “… uno de ellos –dice- fue descuidar la
organización popular, el trabajo de educación ideológico y «allí entra en juego
Martí porque él siempre se preocupó por el trabajo ideológico», agregó”. Y
sigue Frei Betto: “…«No podemos engañarnos, pues no se garantiza el apoyo
popular a los procesos dando al pueblo solo mejores condiciones de vida, porque
eso puede originar en la gente una mentalidad consumista» aseveró”. Y más claro
todavía: “El problema está –afirmó Betto- en que no se politizó a la nación, no
se hizo el trabajo político, ideológico, de educación, sobre todo en los
jóvenes (ojo con los imbéciles que nos acusan de fundar escuelas para
“adoctrinar a los jóvenes” ACM), ahora la gente se queja porque ya no puede
comprar carros o pasar vacaciones en el exterior”. Y más: “En su opinión, hay
un proceso regresivo porque no se ha desarrollado una política sostenible, no
hay una reforma estructural, agrarias, tributarias… políticas. «Encauzamos una
política buena pero cosmética, carente de raíz, sin fundamentos para su
sustentabilidad»”.
En resumen, pues, para Frei Betto son dos los
errores que explican el retroceso en Latinoamérica: el olvido de la tarea
esencial de educar y organizar seriamente al pueblo trabajador, y el error de
dejar los cambios a medio camino, como cambios pura o fundamentalmente
cosméticos. Queda así de manifiesto que el trabajo de Antorcha es absolutamente
correcto, totalmente favorable y útil para los partidarios de un cambio
profundo y verdadero; no así para quienes se proponen saciar el hambre de
progreso y bienestar de los pueblos dándoles más “atole con el dedo”. “El que
tenga oídos para oír, que oiga…”, dice la Vox Dei.
*Aquiles
Córdova Morán
Secretario
General del Movimiento Antorchista Nacional