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Además de pederasta, el cura Carlos López
Valdez manejaba una red internacional de pornogorafía infantil. Después de la
denuncia de una de sus víctimas, un Juez lo condenó a 63 años de prisión,
siendo la primera sentencia contra un presbítero en la capital del país. Ahora,
exigen, sigue su presunto encubridor: el ex Arzobispo Primado de México,
Norberto Rivera Carrera.
Ciudad de México. | 15 marzo de 2018
Tribuna Libre.- La condena histórica de 63 años de cárcel
contra el sacerdote pederasta Carlos López Valdés por los delitos de abuso
sexual y corrupción de menores es solo el principio. El proceso continúa y
ahora el objetivo serán sus encubridores, encabezados presuntamente por
Norberto Rivera Carrera, recientemente jubilado de la Arquidiócesis de México.
¿Quién es el sacerdote Carlos López Valdés?
El cura pederasta, de 74 años de edad, no solo abusaba de sus monaguillos y
otros niños acólitos, también los fotografiaba para intercambiar las imágenes
en una red internacional de pornografía infantil que manejaba desde las
parroquias donde oficiaba sus servicios religiosos.
“Él tenía un arsenal de fotografías
pornográficas. A él le gustaba hacerse fotos cuando abusaba de los niños.
También le gustaba tomarles fotos a los niños desnudos. Tenía miles de fotos en
su computadora. Cuando dejé la iglesia pude sacar sólo un disco, pero tiene
cientos de discos. También tenía fotos en memory stick”, me dijo Jesús Romero
Colín en una entrevista incluida en mi libro Prueba de fe: la red de cardenales
y obispos en la pederastia clerical, prologado por el Obispo Raúl Vera y cuya
edición de bolsillo sale a la venta en estos días bajo el sello de Booket de
editorial Planeta.
El CD que Jesús pudo sacar contiene más de 70
imágenes de contenido explícito cuya copia me fue entregada: “El padre Carlos
además de pederasta es pornógrafo. Su vida transcurría entre abusos sexuales,
material pornográfico y Dios. Él en la mañana me masturbaba, salía, daba misa y
las señoras le basaban la mano. ¿Qué pensaría él? Que es omnipotente, que nunca
ha hecho mal. La misma gente fomenta a estos sacerdotes, las mismas autoridades
que no hacen nada, el gobierno que lo sabe y permanece en silencio sin actuar”,
dice Jesús.
Los menores abusados sexualmente por este
sacerdote, ahora encarcelado, fueron testigos de cómo manejaba la red de
pornografía infantil, intercambiando fotos con gente de México y Estados Unidos
particularmente, y relacionándose con homosexuales y otros sacerdotes que
tenían las mismas preferencias.
El material constituyó una prueba demoledora.
La identificación de las víctimas y el victimario fue absoluta. Además, existen
fotos del sacerdote autorretratándose desnudo en posiciones explícitas de
manera exhibicionista. Las imágenes demuestran que él mismo tomaba las fotos de
los niños mientras dormían o bien, durante el abuso sexual. Se trata de
imágenes domésticas, aparentemente cotidianas, en diferentes estancias como el
baño, la sala, el dormitorio, el jardín, la alberca, estancias de su casa o del
lugar donde vivía en las parroquias donde ofreció sus servicios sacerdotales
durante su carrera eclesiástica.
Las fotos no son profesionales, más bien
fueron hechas sin encuadre, ni enfoque o zoom, a veces sin la suficiente
iluminación. Se trata de imágenes de cuerpos desnudos que muestran la abyección
de un adulto abusando de menores. El contenido gráfico en fin, es vulgar,
obsceno, repetitivo, soez, infame porque se trata de niños y adolescentes
explotados, esclavizados, violados siempre por el mismo hombre que luce
complacido posando para la selfie, sonriente, feliz, porque se sabía impune y
protegido.
Lo que repugna de estas fotos no es solamente
el delito, es también el ensañamiento del agresor. Imágenes que viajaron por
Internet para ser intercambiadas, donde según la Interpol, existen más de
cuatro millones de zonas que contienen este tipo de material que exhibe el
mercado del abuso sexual infantil y del cual, los ministros de culto no están
exentos. Un negocio que general miles de millones de dólares anualmente.
SIGUEN
LOS COMPLICES
La demanda interpuesta el 17 de agosto de
2007 contra el sacerdote Carlos López Valdés y/o quienes resulten responsables,
en particular los protectores del presbítero que ofrecía misa en la Parroquia
de San Agustín de las Cuevas en la Delegación Tlalpan, en la Ciudad de México.
A la histórica sentencia se añade que, por
primera vez, el sacerdote agresor y sus protectores, en este caso el cardenal
Norberto Rivera y la Arquidiócesis de México, fueron demandados para que paguen
la reparación del daño que deberá ser cualificada próximamente.
Por primera vez también, la justicia exige la
apertura del archivo secreto del Tribunal eclesiástico en poder de la Arquidiócesis
primada de México, que en su momento, el cardenal Norberto Rivera prefirió no
entregar ni colaborar en este caso, a pesar de habérselo prometido a la
víctima.
El juicio incluye el proceso contra los
encubridores el sacerdote pederasta: el cardenal Norberto Rivera y los obispos
Jonás Guerrero y Marcelino Hernández.
El cura pederasta sentenciado a 63 años, era
ecónomo del obispo Jonás Guerrero y ambos trabajaron estrechamente, incluso
llevaba a los acólitos a la vicaría y estaba enterado perfectamente de los
delitos cometidos por Carlos López Valdés: “En 2004, un ex seminarista fue y le
entregó pruebas, mediante fotografías, y el obispo hizo caso omiso y permitió
que Carlos Lopez siguiera siendo sacerdote”, dice Romero Colín.
El obispo Marcelino Hernández también estuvo
enterado porque fue quien ordenó el ingreso de Carlos López a clínicas
supuestamente de rehabilitación que existen en la Ciudad de México: la Casa
Rougier, la casa Damasco y una más, ubicada en la colonia Postal. El obispo
Marcelino cuando fue notificado de los abusos cometidos por el sacerdote
pederasta, dijo que solamente eran “toqueteos”.
Pero el principal encubridor es el cardenal
Norberto Rivera a quien los obispos le reportan todo. En 2007 cuando el caso
cobra notoriedad al publicarse el libro “Prueba de fe”, el sacerdote Carlos
López fue simplemente removido de su parroquia pero siguió en el ministerio
sacerdotal, hasta que su caso fue denunciado al Tribunal Eclesiástico y
finalmente fue suspendido en 2010, aunque le permitieron continuar oficiando
misa en distintas parroquias de la Ciudad de México y Cuernavaca, y siguió
conviviendo con menores, según las investigaciones.
En 2015, Norberto Rivera recibió a Romero
Colín en su oficina de la Arquidiócesis y se comprometió a cooperar con la
justicia, algo que nunca sucedió, al contrario, según denunció, el cardenal
continúo ejecutando maniobras judiciales de protección: “La razón más obvia es
que no cooperaron con la justicia entregando el expediente eclesiástico porque
hay más prelados involucrados dentro e mi caso. Al corroborar los abusos,
simplemente no fueron a denunciarlo ante la justicia y eso los convierte en
cómplices”.
Mientras sucedían los abusos, Norberto Rivera
fue enterado del caso y le dijo al propio sacerdote ahora encarcelado: “Tú
estás a cargo de tu obispo, que es Jonás Guerrero. Él verá lo que hace
contigo”.
—- ¿Y por qué el cardenal protegió a Carlos
López?, le pregunté a Romero Colín en entrevista.
—- Porque es igual que ellos. Si no le
pareciera lo que hacen, los hubiera atacado. Si no les dice nada, es porque es
igual, porque es también abusador de niños. No hay otra explicación. El padre
Carlos nunca tuvo miedo de que sus superiores le hicieran algo; al contrario,
era muy descarado. Seguramente porque se sabía protegido”.
(SinEmbargo)