José Miguel Cobián | 22 octubre
de 2016
Tribuna Libre.- Estoy seguro de
que todos los que amamos al estado de Veracruz diariamente nos levantamos con
un muy mal sabor de boca, el cual se transforma en hiel al leer las noticias de
la mañana. La mezcla de indignación,
enojo, tristeza, agravio, y sobre todo vergüenza nos amarga la mañana, y oscurece
el día más soleado. ¿Cómo? Nos preguntamos,
¿Fue posible que un grupo hiciera tanto daño al estado? ¿Cómo fue que mientras
percibíamos un nivel de corrupción similar al de otros sexenios, el estado fue
saqueado de manera tan sistemática y generalizada? Y quizá la pregunta más
importante ¿Cómo fue que cada uno de los afectados no dijo absolutamente nada?
En esta columna en
varias ocasiones mencionamos la ineptitud de los miembros del gabinete de
Javier Duarte. Aplaudimos también las
pocas cosas que eran dignas de encomio, y hoy nos enteramos que incluso lo que
se hizo bien, lleva el sello de la corrupción.
Cuando tratas de
hacer el recuento de los daños, llegas a la conclusión de que ni diez huracanes
le hubieran hecho tanto daño a los veracruzanos. Si se confirma el saqueo en salud, habrá que
preguntarse cuánto sufrimiento, dolor e incluso muertes se hubieran podido
evitar, tan sólo dejando intocable ese presupuesto. Si volteas hacia las cruzadas contra el
hambre, la misma cosa. Si piensas en los
pensionados y jubilados igual. Si
analizas que los trabajadores al servicio del estado también fueron saqueados,
lo mismo. El retraso de seis años sin
infraestructura, los miles de puentes de Fidel que requerían caminos, el nulo
avance en desarrollo económico, mientras otros estados del país ven crecer su
economía y nivel de vida.
Empresas quebradas
por falta de pago. Empleos perdidos. Migración en busca de oportunidades de
trabajo. Familias desintegradas. Todo
realizado mediante una enorme red de personas que participaban de una u otra
manera en los beneficios del saqueo. Realmente el término de delincuencia
organizada aplica perfectamente.
Conforme van saliendo los nombres y las redes de complicidad entiende
uno el concepto de grupo delincuencial.
A eso añade algunos nombres de personas que fueron amables, atentas,
buenas personas con algunos veracruzanos. Éstos últimos todavía sienten la pena
por el sufrimiento de la persona a quien aprecian y hoy ven en la picota,
justamente acusada.
Seis años durante
los cuales la seguridad estuvo comprometida. Seis años durante los cuales una
banda de pillos tuvo como única ocupación enriquecerse. Que bueno que hoy todo México se entere.
Porque es algo que no debiera volver a suceder.
Queda claro para todos que los contrapesos no existen en los
estados. Los diputados locales
denunciaban en medios y redes sociales, mientras que en privado se embolsaban
las gratificaciones provenientes del poder y hoy se dan baños de pureza, sobre todo
los que eran de oposición. No hubo
denuncias en las instancias correspondientes.
Los partidos de
oposición enterados del asunto, tampoco hicieron nada, para evitar que dónde
ellos son gobierno, fueran tratados de la misma manera. Los gobiernos federales, dos años de Calderón
y cuatro de Peña, tampoco se dieron por enterados. La auditoría superior de la federación
denunciaba y nada pasaba… Incluso los enterados afirman que en más de una
ocasión las auditorías se aclaraban con un billetín (ese es el término que
usan), más o menos un 20% del monto defraudado, tal como se hizo en el ORFIS en
Veracruz durante mucho tiempo, y como seguramente se hará en todo el país.
Con todo y lo
penoso que estamos conociendo del gobierno de Veracruz, lo más lamentable es
que no es un hecho aislado. Es el común
denominador de los gobiernos federal, estatales y municipales. El robo y el saqueo del erario público como
parte del privilegio de gobernar.
Privilegio que es posible debido a una ciudadanía inexistente. Hay
habitantes, hay pueblo, pero faltan ciudadanos. Una larga historia de sumisión y
sometimiento de parte del pueblo hacia los poderosos impide que haya ciudadanos
en el país. La represión, la amenaza, el
asesinato, la cárcel, y todos los medios que los mexicanos conocemos, hacen que
la gente calle. Sólo habla el que tiene interés, o el que vive en otro
estado. Pero sólo habla, no presenta
denuncias.
Para el mexicano
la corrupción y la impunidad, el saqueo de los bienes públicos y privados, el
robo descarado y el sutil de cuello blanco, son parte de la vida cotidiana. Son
actividades consideradas normales, que no generan ni el rechazo social, ni el
repudio salvo cuando se llega a extremos, o cuando se ha manipulado a la
opinión pública, y éstos forman parte de lo socialmente aceptado, o
políticamente correcto.
Hoy sabemos de
Veracruz y Sonora. Pero el sistema político y de rendición de cuentas no va a
cambiar. Los políticos cuidan que todo cambie para que todo siga igual. Sólo falta que los ciudadanos, alguna vez entiendan
que es mejor un candidato independiente, sin una mafia a la cual rendir
cuentas, que continuar por el mismo camino de partidos políticos que deben
escoger a los mejores hombres y mujeres para postularlos, mientras que la
realidad indica que siempre fallan.
Escogen a la escoria que seguirá dañando al país, al estado y al
municipio. Votados y validados por el
pueblo que no sabe, ni quiere, ni puede, ejercer sus derechos de ciudadano.