(Fátima
Najar: la abuela suicida)
Crónicas
Ausentes
*El
hombre prefiere querer la nada a no querer.
¿Cómo
puede hacer un ser humano tanto daño a otros? La tesis que me preocupa que sea
cierta… (Nietzsche)
Tribuna Libre.- Parece ser una pregunta que sale sobrando,
que ya obtuvo una respuesta, tanto de Nietzsche como de Freud, y que, pese a
que podríamos explicar una y otra vez que el hombre está preso de su naturaleza
pulsional, que es cruel, goza con hacer sufrir, constantemente se vuelve a
preguntar, siempre sorprendidos, ante cualquier hecho violento presenciado:
¿Cómo puede hacer un ser humano tanto daño a otro?
Hay, por un lado, la reacción de no
reconocernos en “el violento”, incluso a ese otro violento lo percibimos
extraño, y raudos expresamos nuestra no familiaridad con él, levantamos los
brazos al cielo y pedimos por Dios, que eso no vuelva a ocurrir.
Cuando nos dicen que la culpa viene a
constituir un dispositivo del domeñar, de la administración de las mociones
tanto sexuales como agresivas, utilizado por la cultura y la sociedad,
expresamos nuestra convicción de que habrá una relación de interdependencia
entre la culpa y la violencia, así que, a más culpa, menos violencia. Lo que
pasa es que hay menos culpa, y por eso se ha incrementado la violencia; por
tanto, lo que falta es hacer que el hombre tenga más culpa, de modo que hay que
incrementarla. Busquemos que el hombre sea más culpable, ésa es la solución.
Pero no será que la culpa nunca ha servido
para tales fines, y a la mejor hasta puede ser cómplice de la naturaleza
pulsional del hombre, o es tan ingenua que pensó que realmente podría
domesticarla y fracasó.
El instinto sale cuando quiere, no somos
engañados, que hay una astucia de la sinrazón, del instinto; y hasta la pulsión
enseñó a reflexionar a la reflexión, enseñó a pensar al pensar.
La teoría analítica nos muestra que siempre
hay un retorno de lo reprimido, el inconsciente está dotado de un carácter
indestructible, los contenidos inconscientes logran despertar de su reclusión
involuntaria. Así, los elementos reprimidos no sólo no son destruidos, sino que
tienden permanentemente a reaparecer en la conciencia, por diversos caminos,
desconocidos por la censura del adulto; de este modo, así se presenta como las
mil máscaras de la pulsión.
La construcción de nuestra subjetividad, al
fin de cuentas, es hablar de nosotros, y como dice Nietzsche intenta responder
no a la pregunta “qué es algo”, sino “cómo algo llega a ser lo que es”:
Soy la mártir Fátima al Najar de la villa de
Yabalia. Trabajo para las Brigadas de Izzadin al Qassam, el brazo armado de
Hamas y me sacrifico por Dios, la nación, la mezquita Al Aqsa de Jerusalén.
Estoy llena de cólera por la suerte de mi patria, los mártires y los
prisioneros. Les pido a mis hijos e hijas que no lloren por mi muerte y que
repartan dulces a la gente. Espero que Dios me acepte.
A las 17:00 horas de esa jornada, Fátima se
encaminó hacia una de las posiciones que los israelíes ocupan en Yabalia, en el
norte de Gaza, y se inmoló convirtiéndose así en la primera abuela suicida de
la presente intifada y en la décima kamikaze del conflicto.
La explosión sólo hirió levemente a tres
militares. Los uniformados evitaron mayores daños al sospechar de la fémina y
conminarla a detener su marcha. Un portavoz del Ejército israelí aclaró que la
señora intentó volarse junto a un grupo de soldados, pero éstos se apercibieron
de sus intenciones y le dispararon provocando que la bomba que portaba
explotara antes de tiempo.
La noticia de su muerte fue acogida no con
duelo, sino con júbilo por su familia, que ayer recibía la
"felicitación" de cientos de vecinos de Yabalia. Una escena que
recordaba el ambiente festivo que se vivió en el campo de refugiados de Al
Amari, cerca de Ramala (Cisjordania), cuando el 27 de enero de 2002 Wafa Idris
hizo detonar el explosivo que llevaba en pleno centro de Jerusalén, matando a
dos israelíes e hiriendo a 150.
Se trata de nuestras acostumbradas visiones
de la realidad, del mundo que queremos, del deseo que se jacta de utilizar el
saber para hacerse escuchar, para ser; nuestras acostumbradas maneras de dejar
nuestra impronta de confusiones y de miedos, la inmensidad de impresiones que
avasallan a nuestros tenues y limitados sentidos, que hace que nos agarremos
hasta de la mentira o de la verdad privada de una escucha de sordos. Así parece
que el valor y el desprecio al cuerpo es la única manera de salir del embrollo
de nuestra existencia. Aunque al final de cuentas no haya más destino que la
transformación del cuerpo en polvo, en basura, en tierra pisada, hecha huella
donde renacerán algún día posterior las nuevas instituciones ideales que harán
que nos veamos otra vez diferentes y exclusivos, siempre con la ilusión de que
podamos ser más que animales. Finalmente, uno más de los tantos rostros de la
pulsión.
Sin más, así ocurre la vida humana, presa del
deseo, del indestructible inconsciente, auspiciando una racionalidad carente de
voluntad, y las marcas en el cuerpo van alejándonos del vestigio de la
naturaleza humana. Lapidariamente podemos decir: con la abuela Najar se suicidó
también la razón.
Me viene a la memoria lo que decía
Schopenhauer, el padre en común que tuvieron tanto Freud como Nietzsche, cuando
afirmaba: “El intelecto no se entera de las decisiones de la voluntad más que a
posteriori y empíricamente”. Voluntad,
Ello , pulsión, conciencia, mala conciencia. Schopenhauer es quien evidencia el
primado de la voluntad y la función servil del intelecto –razón–. A Nietzsche y
a Freud les vale.
Esa concepción, es decir, la constatación de
que el intelecto está ahí para agradar a la voluntad, para justificarla, para
proporcionarle motivos.
Pues gracias a esa constatación de la
predisposición del intelecto de agradar a la voluntad, es como puede explicarse
la sumisión, la introyección, la interiorización, la alienación, el
congelamiento. Por ello, hay que reconocer que: El intelecto como instrumento
al servicio de la voluntad es el punto del que brota toda psicología, toda
psicología de la sospecha y del desenmascaramiento.
Exposición de un proceso, la alienación.
La naturaleza se ha impuesto la paradójica
tarea de generar un animal que pueda prometer, que pueda responder por sí mismo
y por la palabra dada, un ser al que le es lícito hacer promesas.
Atribuirle una cualidad al hombre,
dispensarle la capacidad de recordar lo que dijo y asumir, con ello, su autoría
y las consecuencias. Y con ese recuerdo construirle una prótesis para vivir,
una visión de la vida y de la realidad, el mundo del semblante a este respecto,
Nietzsche dice:
Nosotros hemos creado una concepción que nos
permite vivir en un mundo, que nos permite percibir muchas cosas para poder
soportar el vivir en este mundo.
El hombre fue hecho para “hacer promesas”, en
otras palabras, para responsabilizarse, para obedecer la ley –de Dios, del
Estado–, para creer; así como fue hecho para obedecer. Así que:
(...) para que esto haya sido posible, ha
sido preciso que en el hombre se haya desarrollado cada vez más una facultad
puesta al servicio de un comportamiento predecible, regular, necesario, una
facultad opuesta a aquella capacidad de olvido y capaz de ponerla en suspenso:
la memoria.
Un olvido noble, jovial, alegre que hace que
todas las experiencias sean únicas y principales, pero tenía que crearse una
facultad contrapuesta, la memoria, que le permitiera recordar sus promesas, sus
palabras, hacerlo responsable de lo empeñado en su discurso. Mundo de la
necesidad, de la separación entre lo importante y lo accidental:
(...) para disponer así anticipadamente del
futuro, ¡cuánto debe haber aprendido antes el hombre a separar el
acontecimiento necesario del casual, (...) a saber establecer con seguridad lo
que es el fin y lo que es el medio para el fin, a saber, en general a calcular,
volverse regular, necesario, poder responderse a sí mismo de su propia
representación, para finalmente poder responder de sí como futuro a la manera
como lo hace quien promete!
Ese saberse dueño de la palabra, sentirse
responsable, dueño de la perspectiva, ese estar en condición de un futuro,
estar de pie, mirar la lejanía y hacerla suya, le proporciona al hombre lo que
llama Nietzsche “instinto de dominio” o
conciencia. Esto no es más que la pura pulsión, el Ello, el inocente impulso,
la cara con miles de rostros.
Volvamos a hacer presente a Schopenhauer, en
cuanto a la evasión de la voluntad, del Ello, por no dejarse capturar por el
concepto, incluso podíamos decir que construye él mismo lo, formula, la idea.
Por eso vemos en la actualidad que, en el espectáculo de cine y televisión, la
información llega a la comprensión sin someterse necesariamente a la modulación
de la reflexión y, con la mayor frecuencia, sin exponerse siquiera a ella.
Imagen que le define su ser, su identidad.
Quizás sea necesario reconstruir la
genealogía de la vida humana y buscar la esperanza, cuando menos, en lo que
haga oposición a la pulsión de muerte que sobrevivió en nosotros desde el
génesis de la vida humana, Eros. Hemos partido de la oralidad, del mito, que
devino en lo escrito, en la captura por el concepto. Después, vino el signo y
el acercamiento a pensamientos abstractos, así inmovilizamos la imagen y los
hechos.
Paulatinamente se fue construyendo el saber
del hombre, tránsito de lo escuchado a lo visto y graficado, y los portadores
de ese tránsito pasaron de los cánticos a la discusión retórica, hasta que al
fin apareció el logos, el signo.
Pero ese camino no dejó de tener un
entrecruce, y se fuera del mito al logos, y viceversa, que se sirviera de la
imagen para hablar de razones generales, y que el saber se resumiera tanto en
lo logos del mito, como de lo mítico del logo. Sólo así podíamos justificar el
contubernio del que sólo hablaba (Sócrates) con el que sólo escribía (Platón),
sólo así podíamos entender de plano el mito del logos. (Confuso)
En el diálogo hecho texto, pudimos
percatarnos de las discusiones, los personajes, el mensaje, el acertijo, el ser
que se asomaba, la noción que implicaba, y fundamentalmente, una noción del
hombre, que siempre terminaba siendo un íntimo del amor, Eros. Pero no tan sólo
nos dimos cuenta de que un dios cargaba con toda la responsabilidad, sino
también lo que de él descubría y definía al lector, lo que se transparentaba.
Fue así como vimos a un sujeto que cargaba un dios en sus entrañas, el deseo,
sí, el mismísimo Eros y todas sus consecuencias, sus vericuetos, sus malas
compañías: Thánatos.
En principio se sabía que Eros era simple
deseo, simple pulsión, unión, y que debería tender hacia el bien, según el
propio Platón lo anunciaba desde las alturas del saber, del bien. Pero aún no
nos habíamos percatado de que ese destino pisaría terrenos difusos hasta
toparse con la nada, con el no-ser, con la imposibilidad de la continuidad del
ser, de terminar el vía crucis de lo siempre provisional y lo carente
constitutivo.
Pero ese fin conllevaba la oportunidad de la
eternidad, de la posibilidad de la inmortalidad, en esa descendencia que
siempre hace que el ser se empeñe en seguir siendo, procreación oportuna y
salvadora. Se repite la constante del ser, ser en el otro, otro que mantiene en
su presencia la existencia del otro, y
en ese deseo que se desliza buscando anclarse para ser completo y feliz, amante
amado, amado amante, no por nada nos reconocemos más que en esa dependencia que
esclaviza nuestras intenciones y nos hace unos eternos trágicos, encuentro de
dos faltas, de dos carencias, que siempre tienen la ilusión de que han encontrado
el uno en el otro, la aversión por la oscuridad, el otro en el uno, la simpatía
por la ciudades luminosas.
Eros versus Thánatos, pues sólo en esa
experiencia final de satisfacción el sujeto completa la búsqueda, no por nada
el conocimiento es paranoico, pues la búsqueda se vuelve frenético, sin paz, en
guerra. Pero no desesperemos, pues hay algo que decir a favor de Eros, el Amor,
el lazo afectivo, la buena intención, la propensión hacia el bienestar, hacia
el bien.
Cuando menos es recurrente creer que es así,
y que la vida no es un sufrir, sufrir, la cruz, la cruz, aunque tengamos que
aceptar que somos sujetos escindidos, incompletos. Inscripción del individuo en
la sujeción, en la subjetividad. Esa relación frustrada de “dar lo que no se
tiene”, no es fortuita ni ociosa, hay siempre creatividad hasta en la pérdida,
hasta en la imposibilidad. Pues en esas sustituciones de objetos, de deseos
provisionales que nos acercan, nos dan la esperanza de que algún día la meta se
cumpla, de que estemos completos. El hombre crea y se recrea en lo hecho, en el
hacer de esos momentos los paraísos momentáneos que nada le piden al paraíso
celestial. Quién no ha perdido la cabeza y hasta otras muchas cosas por el
frenesí de un amor, de una caricia, o cuando menos, de una ilusión. Pero
cuidado, no apostemos todo a la primera, hay que saber que con mucha facilidad
se deja de sentir esa emoción de totalidad y lo ajeno nos ronda por doquier.
Paradójicamente, no hay puesta en acto de un sujeto sin la posibilidad de que
para que sea tal, tiene que no realizarse, es decir, estar en carencia; el
sujeto es, en cuanto posibilidad de estar, un ser nunca completo. Así, el
sujeto conocido por tener la oportunidad de conocer al otro, viene a diluirse
en que para que eso ocurra, necesita ser reconocido por el otro, pues no es
suficiente que mire si no es mirado. Intersubjetividad que nos sitúa enfrente
los unos con los otros siendo unos perfectos extraños, imposibles.
Siempre pensamos ilusamente que nos libramos
del deseo incómodo y violento, terco y pedante, que incluso el paso a la
realidad humana conlleva la instauración del principio de realidad sobre el
principio del placer; sin embargo, nunca lo suplanta ni lo domina, la
ontogénesis sobre la filogénesis, lo individual sobre lo social, sobre la
cultura. Terminamos tarareando la canción de Joaquín Sabina:
A ti te estoy hablando, a ti que nunca sigues
mis consejos, a ti te estoy gritando, a ti que estás metido en mi pellejo, a ti
que estás llorando ahí, al otro lado del espejo, a ti que no te debo más el
estímulo que anoche me llevó a escribir esta (nuestra) canción.
El acto de civilidad implica la ilusión de
domeñar la pulsión, la libido. La Bildung, formación, cultura, educación,
anhelo ilustrado.
No ha muerto la pregunta por el ser humano.
No ha muerto y necesita un urgente enfrentamiento que implique inclusión,
no-exclusión, lo subjetivo también es real. La naturaleza humana no se ha
agotado en sus definiciones, por el contrario, posee una actualidad candente, y
se necesita propiciar un nuevo debate, que responda a cómo es que se llega a
ser eso que llamamos persona humana.
Refundar la noción del hombre, ampliar la
definición de hombre, más allá de animal racional, animal del lenguaje, animal
que construye, además, animal que huye, es el camino idóneo que reafirma la
diferencia dentro de la identidad, la multiplicidad dentro de la unidad, el
devenir dentro del ser del no-ser.
Es una labor de dar luz, y a esa labor nos
tenemos que incorporar, de desvelamiento, de descrédito de nuestras verdades
absolutas, de evidenciar la intentona de esa supuesta renuncia a ese estadio
precoz en que se era uno con el otro, que nos pide el privilegio de acceder a
la cultura, al estar los unos frente a los otros, la historia de una triste
separación, de una perversión, de un hacernos adultos de pronto, nuestra
historia, historias de un domeñar frustrado, porque, así como al jinete, si
quiere permanecer sobre el caballo, a menudo no le queda otro remedio que
conducirlo adonde éste quiere ir, también el Yo suele trasponer en acción la
voluntad del ello como si fuera la suya propia, de identidad, de
diferenciaciones, de un adentro, de un afuera.