*Cinco
artesanos salieron de Veracruz en busca del pan, y encontraron la muerte.
Tribuna Libre.- Las campanas de la parroquia “El señor de la
buena muerte” congregaron a 400 nahuas de la comunidad de Coxolitla de Arriba,
que llevan consigo rosarios y flores blancas, pero también bolsas con arroz y
azúcar.
Es el sepelio de cuatro artesanos de Veracruz
que fueron asesinados en Guerrero. Un episodio de violencia en el sureste de
México que ha dejado a ocho niños huérfanos.
Uno más que viajaba con ellos, el chofer, fue
sepultado en Nogales, de donde era originario.
Doce días atrás, Gonzalo, Daniel, Roberto,
Aurelio y Abel emprendieron una gira de 345 kilómetros, desde Acultzingo,
Veracruz hasta Chilapa de Álvarez, Guerrero, para vender muebles rústicos de
madera. Un negocio que acostumbra la mayoría de la gente en el pueblo, ante el
desempleo proliferante en la zona.
Coxolitla de Arriba es una localidad situada
en la zona de Grandes Montañas, llena de veredas sinuosas, y rodeada de lomas
arenosas, donde las únicas opciones de trabajo son el cultivo de la tierra, los
trabajos de albañilería y la artesanía.
Aquí la mayoría de las casas son de block sin
revoque, con techos de lámina y pisos de tierra. Sólo hay estudios hasta nivel
secundaria, y no cuenta con clínica de salud.
De acuerdo con el catálogo de Sedesol,
Coxolitla de Arriba tiene 432 habitantes, y está identificada como una
población con alto grado de marginación.
"Eran
pobres y por eso se fueron a buscar trabajo”
Esperanzados en una venta exitosa, el pasado
25 de enero, los cuatro artesanos y el
chofer recorrieron 345 kilómetros, desde Acultzingo, Veracruz hasta Chilapa de
Álvarez, Guerrero, donde se toparon con una pugna sanguinaria entre dos grupos
delincuenciales Los Ardillos y Los Rojos.
Con las ganancias que obtuvieran de la venta
de sillas, camas y roperos, los jefes de familia terminarían de construir sus
casas de block en la cima de una loma arenosa, surtirían la despensa en sus
hogares.
“Uno de ellos
le dijo a su mujer que tiraran el techo de su casa; que con el dinero
que ganaría por allá se iba a completar para echar uno nuevo… Pero mire, ayer
lo velaron en el frío y sin techo”, lamenta una mujer que apenas domina el
español.
La noche del 25 de enero, alrededor de las
20:30 horas, Aurelio Antonio Ramírez, el más experimentado del grupo de
artesanos, avisó a su esposa mediante llamada telefónica que Gonzalo de Jesús
de Jesús, de 18 años de edad, no había regresado de vender sus productos, y que
saldrían a buscarlo.
Tras dicho reporte, las mujeres no supieron
más de sus cónyuges, sino hasta el domingo 28 de enero. Los cinco murieron
decapitados y sus restos aparecieron junto a los de otras dos personas (siete
en total) repartidos en bolsas de basura, cerca del río Ajolotero, en Chilapa.
Este domingo 04 de febrero la gente de 12
comunidades se congregó frente al templo parroquial para sepultar a los
artesanos, como se reúnen cada vez que hay un herido o una embarazada que
requiere ser trasladado de emergencia hasta la cabecera municipal, ubicada a
unos 10 kilómetros de distancia.
“Hay cuatro familias de los nuestros que
necesitan apoyo. Estas personas no andaban en malos pasos, eran pobres y por
eso se fueron a buscar trabajo”, opina una mujer que prepara café y tamales
para ofrecer a todo visitante que llega a despedir a los acultzingueños.
Los hombres organizaron cinco autobuses para
que la gente acudiera al cortejo fúnebre en el panteón municipal –ubicado a 12
kilómetros de distancia-, donde el Ayuntamiento ha donado una fosa común donde
compartirán los finados.
“El
Acultzingueño es el que se mata ganando el pan de sus hijos”
Ya en el camposanto, donde las cuatro viudas
y los ocho huérfanos se agazapan inconsolables a los sepulcros, el alcalde de
Acultzingo René Medel Carrera consigna: “Éste el acultzingueño: no es el que
secuestra, ni el que mata como se dice en las noticias, es el que se va de su
casa a buscar el pan para sus hijos y pierde la vida lejos.
“Si esto le llega al Gobernador (Miguel Ángel
Yunes Linares) quiero que me apoye con trabajo. Con empleo pa’ mi gente; que
nos pongan una fábrica para que mis hermanos ya no salgan lejos”, emite
mientras los féretros son descendidos en la fosa común.
En ese momento, los usos y costumbres del
pueblo, se hacen presentes en el cortejo. Las tumbas de cada uno de los
artesanos, son ofrendadas con comida, y con las mejores prendas de vestir que
utilizaron en vida.
Allí, Antonio de Jesús de Jesús,
representante del Frente Indígena de Pueblos Olvidados (FIPO), es el encargado
de traducir del náhuatl el agradecimiento de las familias afectadas.
Y entre cantos evangélicos, uno a uno son
despedidos: “Aurelio Antonio Ramírez, 38
años de edad. Una persona muy tranquila y trabajadora. Deja cuatro hijos en la
orfandad, el más chico tiene 4”.
“Daniel de Jesús de Jesús, de 33 años de
edad, él deja a su esposa y a su hijo de ocho años; Roberto de Jesús Antonio,
23 años de edad. Deja a su mujer y a dos hijos de 3 y 5 años. Finalmente
Gonzalo de Jesús de Jesús, de 18 años de edad, quien apenas se había casado y
su esposa parece que está embarazada”.
Al final, los presentes hacen una nueva
hilera, las viudas, de manera solidaria,
son socorridas con monedas que algunos albañiles y campesinos ofrecen de
su raya; o amas de casa que tomaron del apoyo del Programa federal Prospera.
“Nos mataron a cuatro hermanos, pero sus
esposas y sus hijos también ya son problema nuestro”, explica una de las
mujeres mayores.