* Los que leyeron “Cien años de soledad” y los que no * La
agresión de Vargas Llosa * Peña Nieto y el zafarrancho en Veracruz
* Duarte ya cansó al Presidente * Levantón a Chagra * Comandante de
SSP, tratante de personas * La dama de hierro rebasa a Marcelo * La
China de uña larga * El periodista se va decepcionado.
Mussio Cárdenas Arellano | 24/8
abril de 2014
Tribuna Libre.- Morirse
tiene lo suyo. A Gabriel García Márquez lo citan muchos, pero son más los que
lo elogian sin haber leído una de sus líneas; lo rememoran sin tener idea de
sus cuentos, sus novelas, sus artículos o sus reportajes; lo exaltan sin saber
que además de Cien Años de Soledad hay una obra monumental, decenas de libros,
cientos de textos, miles de cuartillas, millones de ideas, expresadas con olor
a tinta.
Tras el Macondo recreado ahí, pueblo mágico donde
tejió una historia fantástica, descripción de la miseria, los deseos del
hombre, retratos de lo absurdo, amores impuros, el incesto, el olvido por seis
generaciones, hay otros espacios literarios quizá tanto o más enigmáticos: “La
hojarasca”, “Crónica de una muerte anunciada”, “El otoño del patriarca”, “Los
funerales de la Mamá Grande”, “El general en su laberinto”, “El amor en los
tiempos del cólera” y quizá presente en muchos “El coronel no tiene quien le
escriba”, porque lo vieron hecho película.
García Márquez fue un inventor. Hizo la
reingeniería del español, pero más que en sus palabras y sus juegos verbales,
en la construcción de nuevas formas de decir y de contar. Recreó la realidad a
partir de imágenes cargadas de invención, pero una vez sumergidos en la lectura
atrapados por su encanto, lo inverosímil pudo hacerse cotidiano. Es el llamado
realismo mágico.
Muerto siendo ya inmortal, parafraseando a Javier
Aranda, Gabo ha desatado una vorágine de elogios, la exaltación de su obra, una
avalancha de adjetivos, una revolución de citas que permiten reconocer la
grandeza del colombiano.
“Muchos años después, frente al paredón de
fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recodar aquella tarde
remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una
aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de
aguas diáfanas que se precipitaban por el lecho de piedras pulidas, blancas y
enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas
carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”, dice
el célebre primer párrafo de “Cien años de soledad”. Y luego contaría las
hazañas del militar que perdió 32 batallas.
Si Rulfo da vida a los fantasmas de Comala, y Pedro
Páramo es el cacique mítico, García Márquez en “Cien años de soledad” se
permite matar a Melquiades, el gitano, y poco después volverlo a la vida,
hacerlo regresar a Macondo, estar con los Buendía y de nuevo verlo morir.
Ningún lector costumbrista, asiduo a la novela
formal, halla lógica en la obra cumbre de García Márquez. Ahí se conjuga lo
irreal con lo mágico, la superchería con la sensatez, los amores prohibidos,
tías con sobrinos y sobrinas con tíos, niños con cola de cerdo, una profecía,
la de Melquiades, que veía al primero de los Buendía, José Arcadio, atado a un
árbol, y al último de ellos, el hijo de Mauricio Babilonia y Amaranta Úrsula
Buendía, un bebé consumido por las hormigas, condenadas las seis generaciones a
la soledad, al silencio, al olvido, a la muerte, a la tristeza. Macondo y el
diluvio y finalmente Macondo destruido por un devastador huracán.
Cuando llegó el Nobel, en 1982, García Márquez
estaba cierto que no se premiaba sólo “Cien años de soledad”. Había obra, y
mucha, y monumental, significada toda por ese estilo que retrataba la miseria
de los pueblos de América Latina, cada uno envuelto en su propia magia.
Tuvo Gabo la imaginación para concebir que en ese
pueblo irreal llamado Macondo un día murió Mamá Grande, “a cuyos funerales vino
el Sumo Pontífice”.
O el retrato aquel del improvisado dentista, el
único en el pueblo que extraía muelas. “Un día de éstos”, se llama el cuento
compendiado en Los funerales de la Mamá Grande. Describe un episodio de
venganza popular, la ira de todos aliviada en un instante único.
Acude el alcalde al dentista sin título. Se topa
con la reticencia del doctor. La vence con sutil amenaza. Si no lo atiende, le
pega un tiro. Accede, pues, y se dispone a extirpar la muela que tantos dolores
provoca. Sin anestesia, le dice el dentista. ¿Por qué? Tiene un absceso.
Procede a la faena. La extrae en medio de brutal dolor. “Aquí nos paga veinte
muertos, teniente”, apunta el dentista. Entre lágrimas, el alcalde logra ver la
muela. Se sabe humillado, presa de la venganza popular. Pagó así una afrenta.
Contó García Márquez la angustiosa espera del
coronel al que nunca llega la carta que valida su pensión, trama que
entremezcla la miseria, los anhelos, el amor senil, la esperanza, el azar, la
fe cifrada en un gallo de pelea que ha vencido a muchos y un hijo del que nunca
se supo más en su aventura de enfrentar al gobierno.
Habló de los días perdidos y la vida secreta del
general Simón Bolívar, el laberinto del libertador; tiempos de muerte y amor en
medio de una epidemia de cólera; el relato de un náufrago que primero fue héroe
nacional y luego, cuando él mismo reveló que no hubo tormenta sino un
contrabando en un barco oficial, Colombia entera se sacudió, el periódico El
Espectador fue clausurado y García Márquez tuvo que irse al exilio.
México no fue su segunda patria. Fue su patria
distinta, decía. Tras vivir en Europa, llegó a tierras aztecas. Aquí produjo
gran parte de su obra. Aquí desarrolló periodismo. Fue fundador de La Jornada;
fue articulista de Proceso. Sus textos “Regreso a la guayaba”, “Náufragos en el
espacio”, “La historia vista de espaldas”, “269 muertos”, “Inglaterra los ha
hecho así”, por citar algunos de los cientos que escribió, recreaban historias
sin ficción, aguda la pluma.
Le recriminan sus críticos su amistad con Fidel
Castro, líder cubano, libertador de su pueblo y finalmente dictador. García
Márquez negó siempre ser socialista, pero concebía al mundo ideal con las
soluciones sociales, sin hambre, sin pobreza, con educación y salud.
Su rigor periodístico lo plasmó en “Relato de un
náufrago”, “La aventura de Miguel Littín, clandestino en Chile”, “Noticias de
un secuestro”.
Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1982 y ese
día rompió el protocolo. No vistió el tradicional frac negro; llevaba un
liquiliqui de lino blanco, el traje de los coroneles de las guerras civiles; en
sus manos una rosa amarilla y un discurso profundo: La soledad de América
Latina.
Amigo de presidentes, de artistas —Shakira y Gabo
se profesaban devoción—, hubo uno que hizo del agravio un episodio de
escándalo: Mario Vargas Llosa. Intenso aquel momento, el 12 de febrero de 1976,
en la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica, García Márquez se
acercó, extendió los brazos, se dispuso a prodigarle un abrazo y recibió un
certero puñetazo en el ojo izquierdo.
Reclamaba Vargas Llosa una supuesta majadería a
Patricia, su esposa. García Márquez yacía en el suelo, cubierto el rostro con
las manos, y el peruano lanzando improperios. Gabo intentó dar una explicación
pero fue callado. Que se lleven a este majadero, ordenó Vargas Llosa. Había detrás
problema conyugales y una intervención
imprudente, acallada.
Consta la historia en las páginas de Excélsior y
luego en la “Terca memoria” de Julio Scherer, incluido el fallido intento de
Vargas Llosa por imponer la censura. “Cuando no quiera que las cosas
se publiquen, don Mario, no las haga en público”, le dijo Scherer al
autor de La Ciudad y los perros. Seis años después Gabo sería Premio Nobel de
Literatura. Su antes amigo Vargas Llosa tardaría 28 años más en lograrlo.
Murió Gabriel García Márquez el 17 de abril pasado,
a los 87 años, en la capital mexicana. Una parte de sus cenizas partió a
Colombia; la otra permanecerá en México.
Más de 20 millones han leído “Cien años de
soledad”, traducido a 40 idiomas; otros hablan de él con fervor, contagiados de
su realismo mágico, aunque nunca antes hubieran seguido sus líneas, sus ideas,
plasmadas con olor a tinta.
Archivo muerto
Ingobernable, Veracruz recibió a Enrique Peña Nieto
entre gritos, reproches, demandas y protestas. Llegó el lunes 21. Conmemorábase
el centenario de la defensa heroica del puerto de Veracruz frente a la invasión
yanqui de 1914. A unas cuadras del evento, marchaban los maestros agrupados en
el Movimiento Magisterial Popular Veracruzano. Se abrían paso y retaban.
Llegaban hasta las líneas de la policía, conminados a no seguir. Insistían y
eran replegados. Y de ahí, el enfrentamiento con palos, piedras y sillas, “la
nueva defensa heróica del puerto”. Cuentan que de por sí Peña Nieto y Javier
Duarte tienen su relación política con frialdad bajo cero y, como apunta el
columnista Ricardo Alemán, pronto habrá una sacudida en Veracruz. 21 de abril,
el principio del fin… Corrían los primeros días de abril. Frente al fastuoso
palacete se detuvo el auto. Descendieron su conductor y el hijo. Anduvieron
unos pasos y en eso los interceptó un comando. El chico ingresó al hogar; el
padre tuvo su paseíto. “Te dejamos libre tres años. Ahora jalas o mañana
paseamos al chico”. Y a la mañana siguiente —dicen sus allegados— entregó 2
millones de pesos. Horas después, otro comando de malosos repitió la escena. Un
día mas tarde entregaría otros 2 millones. ¿Una pista? Su nombre empieza con R
de Roberto y Ch de Chagra. Así que 4 millones pagados en menos de 24 horas. Eso
es saber ahorrar… Se llama Fidencio Sedas Muñoz y es comandante de grupo en
Seguridad Pública de Veracruz. Cesado, investigado, concentrado a Xalapa,
supuestamente está siendo procesado por desaparición de personas en Las
Choapas. Se le implica con las bandas dedicadas a la trata de personas,
ciudadanos choapenses y migrantes centroamericanos. Su arresto ocurrió tras el
hallazgo del cuerpo del periodista Gregorio Jiménez de la Cruz, reportero de
Notisur, Liberal y La Red, en una fosa clandestina en la colonia J. Mario
Rosado, el 11 de febrero. De ahí vendría la desaparición de ocho vecinos de Las
Choapas, justo cuando la Agencia Veracruzana de Investigaciones arremetía
contra gente inocente, en una oleada de terror sin precedente. Un día llegaron
nuevos mandos de la SSP, destituyeron al personal, reubicaron al delegado
regional y a Fidencio Sedas supuestamente lo consignaron para después someterlo
a juicio. Ahora sólo falta que lo deje ir aparato de justicia duartista… Hábil,
audaz, la “dama de hierro” decide, ordena, impone. Dueña de todo, apenas deja
Víctor Rodríguez Gallegos la subdelegación administrativa de la Secretaría de
Desarrollo Social federal en Veracruz, la señora asume funciones. Manda como si
fuera Marcelo Montiel, el delegado estatal, azorados los empleados de la
dependencia al ver las ínfulas de la “dama de hierro” y la concha de Víctor
Rodríguez. ¿Sabrá Rosario Robles de pierna ahumada que ya hay delegada bis de
Sedesol en Veracruz?… “Ahí viene La China”. Y La China llega a las tiendas
departamentales con la uña desenvainada. La China recorre cada piso y cada
sección. Va a Fábricas, a Sears, a Liverpool, y donde la ven provoca más alarma
que un ninja trasnochado. Con habilidad extrema toma de todo, lo que esté a su
alcance, lo que le quepa en el bolso, chácharas y baratijas. “Ahí viene La
China”, dice el personal de seguridad y de inmediato le colocan sombra,
deseando caerle con algo de valor, algo que valga la pena para remitirla a la
autoridad. Lo suyo no es gusto por lo ajeno. Lo suyo se llama cleptomanía, pero
a los suyos les importa nada su suerte. Y ella no se quiere curar. Cosas del
jet-set… ¿Quién es ese periodista de la vieja guardia que de un momento a otro
dejará, decepcionado, las filas del que ha sido su medio de comunicación por
más de 30 años? Se va regateando una indemnización justa. Se va herido, acotado
por no comulgar con las ideas políticas de su patrona. Se va convencido de que
la industrialización del periodismo es rapaz. Se va irritado por la absurda
condición, obviamente rechazada, de que no trabaje en otro medio de
comunicación local…
twitter: @mussiocardenas