Aquiles Córdova
Morán | 07 noviembre de
2014
Tribuna Libre.- Contra
lo que muchos predecían y esperaban, la candidata del Partido del Trabajo (PT)
brasileño, la presidenta en funciones Dilma Rousseff, logró imponerse sobre su
contrincante Aécio Neves en la segunda vuelta electoral (balotaje, como le
llaman allá) celebrada el día 26 de octubre de los corrientes. Es verdad que no
se trató de una victoria aplastante, como a muchos nos hubiera gustado, pero sí
clara e inobjetable puesto que Rousseff rebasó el 50 % del voto emitido, es
decir, la mayoría absoluta de la población que ejerció su derecho al sufragio,
contra poco más del 48 % de su competidor Aécio Neves. Con esta victoria, el PT
brasileño y su candidata dan un paso decisivo, y en la dirección correcta a mi
juicio, que garantiza la continuidad de un sólido crecimiento del PIB
acompañado de una verdadera política redistributiva de la renta nacional, reto
que ese gigante sudamericano que es Brasil comparte con el resto de América
Latina.
Sin embargo,
el significado positivo de la victoria de Dilma Rousseff sobre la corriente pro
norteamericana representada por Neves y sus partidarios, no se agota dentro del
marco de las fronteras nacionales de Brasil; lejos de ello, las rebasa
sobradamente alcanzando a todo el sub continente latinoamericano e impacta,
incluso y de manera notable, en la geopolítica mundial. ¿Por qué? Hay múltiples
razones y hechos que así lo indican y lo demuestran; pero yo me limitaré a
mencionar lo que considero indiscutible, evidente para todo mundo y de una
mayor significación también para el mundo entero. Me refiero a la pertenencia
de Brasil al ya famoso grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica)
cuya importancia fundamental (la del grupo) radica en que busca afanosamente,
proponiendo y ejecutando medidas realmente eficaces y con resultados duros,
tangibles y medibles, para lograr un crecimiento económico y un desarrollo
compartido de las llamadas economías “emergentes” (para diferenciarlas de los
países ricos y altamente desarrollados), e incluso de aquellas francamente
rezagadas y pobres, como el único camino capaz de poner un freno a la desmedida
concentración de la riqueza mundial en unas cuantas naciones y personas y el
consiguiente e inevitable incremento de la pobreza y la desigualdad en el
mundo.
Esta tesis
revolucionaria y su consecuente instrumentación por parte del BRICS, implica,
evidentemente, una crítica rigurosa, objetiva, y el consiguiente abandono de
las viejas recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial
(BM) tales como la confianza ciega y absoluta en la “mano invisible” del
mercado, que todo lo arregla y equilibra sin necesidad de intervención racional
alguna, auxiliada con medidas adicionales como el equilibrio presupuestal, los
préstamos del mismo Banco Mundial, las “ayudas internacionales” y los tratados
de libre comercio entre otras, cuyo fracaso está suficientemente atestiguado,
precisamente, por la imparable concentración de la riqueza mundial y el
consiguiente incremento masivo de la pobreza y el hambre entre la población del
planeta. Y los líderes del BRICS no hacen ningún secreto de sus convicciones
acerca de que, para cambiar esta situación y hacerlo pronto, antes de que
suceda algo irreversible, es indispensable abandonar la visión y la ambición de
un mundo sometido a una sola potencia hegemónica de cuya ciencia, tecnología,
riqueza y poderío económicos y sentido de “responsabilidad” con la paz y la
estabilidad planetarias, brote una humanidad nueva, pacífica, solidaria,
respetuosa del derecho de todas las naciones a elegir el sistema social y
económico en que desean vivir y empeñada en el progreso y el bienestar
compartido de todos los habitantes del planeta. Eso no sucederá nunca, como lo
prueban los muchos decenios de dominio indiscutido de EE.UU. y sus aliados. Es
necesario cambiar la visión de un mundo “unipolar” por la de un mundo multipolar en que muchos o todos los
países sean potencias económicas en áreas decisivas para la vida de la sociedad
y puedan, en consecuencia, comerciar con los demás sin relaciones de
sometimiento o subordinación, en pie de igualdad y asegurando que su
intercambio será realmente de beneficio recíproco para todos. Esta tesis necesariamente
enfrenta al BRICS con el ideario y los intereses de los barones norteamericanos
y europeos del capital, acérrimos partidarios de un mundo hegemonizados por
ellos y sólo por ellos, sin ningún tipo de competencia.
De esto se
deduce que el Brasil gobernado por Dilma y su partido representa la cooperación
y el comercio recíproco, en pie de igualdad, con sus vecinos sudamericanos; un
ejemplo del mejor uso y explotación de los recursos naturales del país en
beneficio de la nación entera y no de unos cuantos; la certeza de que una
distribución más justa y equilibrada de la renta nacional es posible y
conveniente; la factibilidad de acuerdos trascendentes en materia comercial y
financiera, en ciencia, tecnología y cultura con países económicamente desarrollados,
sin tener que enajenar independencia y soberanía y obteniendo un beneficio
mutuo por ambas partes. Representa, finalmente, como lo prueba la creación del
banco BRICS acordada en la reunión de Fortaleza, Brasil, celebrada
recientemente por los líderes del bloque, un intento serio de librarse del
dominio férreo y usurario del dólar norteamericano, y la de crear un nuevo y
más equitativo sistema financiero mundial. Eso y más representa la victoria de
Dilma, y eso y más se habría ido a la basura si hubiera triunfado Aécio Neves,
un abierto partidario de la economía de mercado sin ningún control y del
dominio hegemónico de EE.UU sobre el planeta entero.
Pero hay
más. La “primavera árabe” (Libia, Túnez, Egipto), la guerra en Siria, en
Afganistán, la invasión de Irak y su ya práctica división en tres países (el de
los kurdos que abarcaría zonas enteras de Siria y Turquía, el del Emirato
Islámico en el norte y el Irak histórico en el sur), la guerra genocida contra
los palestinos, etc., todo esto, se sabe hoy, está orquestado, dirigido y
financiado por EE.UU. y una Unión Europea fiel por impotencia, con tres
objetivos fundamentales: 1) abrirle paso a las mercancías y capitales (sobre
todo de “reconstrucción”) de esas naciones, para reactivar sus economías alicaídas
comenzando por la industria bélica; 2) adueñarse de los recursos naturales
(petróleo y gas) del cercano y medio Oriente, y con ello arrebatar a Rusia su
mercado europeo de energía; 3) tomar posiciones geoestratégicas para que, en
caso de no lograr ahogar económicamente a China y Rusia, los EE.UU. y la OTAN
estén en condiciones de dar un primer golpe demoledor contra ambas naciones que
son, hoy por hoy, el obstáculo casi único a sus ambiciones hegemónicas.
En este
contexto de preparativos bélicos para una guerra nuclear, el control de América
Latina cobra también una importancia estratégica de primer orden. La victoria
de Dilma, por eso, abona a la paz mundial al reafirmar su soberanía e
independencia frente al imperialismo mundial y al arrastrar tras de sí, con su
ejemplo, a América del Sur, sustrayéndola en alguna medida a la manipulación
del bloque guerrerista que patrocina la locura nuclear en aras de su sueño
hegemónico universal. El PT brasileño y su candidata victoriosa, Dilma
Rousseff, prestan así, quizá sin proponérselo, un gran servicio a la causa de
la paz mundial. Por eso, sin ningún deseo de exageración, creo que su victoria
es un gran paso hacia adelante para Brasil, una gran esperanza para América
Latina y un enorme aporte a la causa de la humanidad entera.