* Ve vínculos de periodistas con el hampa *
La amenaza y la advertencia * ¿Y su policía criminal, que tortura y
extorsiona? * Zabludovski: más sombras que luz * La masacre de
Tlatelolco y su silencio * Cómplice del sistema * Benito Argüelles,
el síndico sin corona * Aprueba o veta contratos y convenios.
Mussio Cárdenas Arellano | 06 julio de 2015
Tribuna Libre.- A esas horas
cualquiera anda en su juicio. Javier Duarte quién sabe. Convive con la prensa,
comparte la mesa, come, bebe y ríe, y de buenas a primeras amenaza y amedrenta.
“Pórtense bien”, dice. “Todos sabemos quiénes tienen vínculos y quiénes están
metidos con el hampa”. ¿Todos?
Impredecible, ha
vuelto a las andadas el gobernador de Veracruz en su cruzada contra periodistas
a los que tilda de cómplices del crimen organizado, metidos donde no debieran y
en la mira de la justicia.
Deja helada a la
prensa que lo acompaña, atónita con lo que escucha. Comen ahí, en Poza Rica,
para festejar la libertad de expresión, el martes 30. Disfrutan las viandas y
como plato final les receta un postre amargo.
Habla Javier
Duarte de periodistas criminales, voceros de la delincuencia y los categoriza
como “manzanas podridas”.
No es fobia nueva.
La trae el gobernador desde sus días de peón fidelista, secretario de Finanzas,
diputado federal y candidato a la gubernatura. Decía que cuando sustituyera a
Fidel Herrera no tendría piedad con los narcoperiodistas.
Llegó, pues, a
gobernador y lanzó la andanada. Buscó y persiguió. Revivió expedientes
judiciales, ejecutó órdenes de aprehensión, soltó la mano a la policía
torturadora y luego, ya tras las rejas, cuando casi matan a golpes a un
prestigiado columnista, corrían los médicos y las enfermeras para que el primer
reo político del gober no perdiera la vida.
Días aquellos en
que filtraba que Veracruz tenía narcoprensa, pero no ejecutó a nadie. Días
aquellos en que lo frenó el baño de sangre, los 35 muertos del monumento a Los
Voladores de Papantla, en Boca del Río; los muertos de la casa de seguridad en
Veracruz; los 14 muertos que su gobierno se negó a admitir; los casi 100
ejecutados en aquel aciago mes de octubre de 2011, cuando el duartismo
comenzaba a gobernar.
Postergó su
obsesión de cazar periodistas presuntamente vinculados al narcotráfico, más
cuando comenzaron a desaparecer, a ser levantados, a ser torturados o a ser
ejecutados. Con Milo Vela, Misael López Solana y Yolanda Ordaz de la Cruz
cristalizó el estado violento, inhóspito para los periodistas, tierra de
muerte, el peor lugar a nivel mundial, no siendo zona de guerra, para ejercer
el periodismo.
Hoy vuelve Javier
Duarte a lo mismo. Y lo hace sin clase, grosero, irrespetuoso. Acude a un
encuentro con la prensa de Poza Rica, en el norte de Veracruz, con ellos el
convivio, la comida, las sonrisas. Y de pronto, asoma el ogro filantrópico, que
pega y soba.
Aconseja el líder
de la pandilla duartista a los periodistas “portarse bien”, que se alejen de la
delincuencia organizada y que lo hagan por sus familias.
“No hay que
confundir libertad de expresión con representar la expresión de los
delincuentes a través de los medios”, decía puntilloso Javier Duarte. Aludía a
la difusión de noticias que sirven a los criminales para posicionar su mensaje.
Habló de la
estrategia del crimen organizado. “Tiende puentes”, dijo, con profesionistas,
funcionarios de gobierno, policías, empresarios y periodistas.
Enfatizaba que “algunos
de los colaboradores, trabajadores de los medios de comunicación, también están
expuestos ante estas situaciones”.
Y luego la frase
del patriarca:
“Pórtense bien.
Todos sabemos quiénes andan en malos pasos. Dicen que en Veracruz sólo no se
sabe lo que todavía no se nos ocurre. Todos sabemos quiénes de alguna otra
manera tienen vinculación con estos grupos… todos sabemos quiénes tienen
vínculos y quiénes están metidos con el hampa… pórtense bien por favor, se los
suplico”.
Avizoró:
“Van a ser testigos
de muchas cosas que van a suceder en próximas fechas en esta región”.
Exaltó el papel
del Estado. De las instituciones de gobierno, dijo: “Somos más sólidos y
fuertes y representamos los valores legítimos de la sociedad”.
Decía Javier
Duarte que cuando se lanza un operativo, se debilitan las estructuras
delincuenciales, comienzan las pugnas entre los criminales y los periodistas
quedan en medio.
“Y si a alguien le
ofende, le ofrezco de antemano una disculpa”, expresaba el gordobés.
Jugaba Javier
Duarte con el rol de benefactor implacable:
“Lo digo de
corazón, que ningún colaborador ni trabajador de los medios, se vea afectado
por esta situación”.
Y de ahí, la
advertencia:
“Vamos a sacudir
el árbol y se van a caer muchas manzanas podridas”.
Y la amenaza
sutil:
“Háganlo por sus
familias, no por mí, pues si algo le pasa a ustedes, al que crucifican es a mí.
“Espero, lo digo
de corazón, que ningún colaborador ni trabajador de los medios, se vea afectado
por esta situación. Y solamente se van a ver afectados quienes de alguna otra
manera tienen alguna vinculación con la delincuencia”.
Sus palabras son
una joya. Es la reedición del Javier Duarte soberbio, altivo, sobradamente
prepotente de inicio de sexenio.
Convoca a un
convivio y termina acusando a integrantes de la prensa de ser cómplices del
crimen organizado, de difundir sus mensajes, de ser sus voceros.
No da nombres, no
categoriza, no identifica. Falta a la ley pues el que conoce de un delito está
obligado a denunciarlo. Y no lo ha hecho. Callar y no actuar es complicidad.
Se lo dicen
abogados, líderes políticos, periodistas que observan la verborrea duartista
como un agravio y un intento de amedrentar.
“Pórtense bien”,
dice Javier Duarte a los periodistas.
Pórtate bien,
Javier Duarte, producto del fidelismo que abrió las puertas al narco, que
convirtió a Veracruz en santuario Zeta, que arrendó el territorio, las rutas,
los feudos.
Criminaliza con
descaro y escupe al cielo. Si algo distingue a su gobierno es no observar la
ley.
Que se porte bien
su policía secuestradora, extorsionadora, torturadora y asesina, señalada en el
caso del cantante Gibrán Martiz Díaz, levantado por elementos de Seguridad
Pública, torturado en la Academia El Lencero. Lo retuvieron mientras Javier
Duarte y su gobierno presumían en un evento que cumplían con los lineamientos
para garantizar la seguridad.
A Gibrán Martiz lo
ubicó su padre por el teléfono celular. El GPS estaba activo. La señal fue
rastreada y pudo demostrar que lo tenían retenido en la academia policíaca. O
sea, la academia de la tortura, los sótanos del poder, las mazmorras del
duartismo. ¿Y qué pasó? Nada. Lo saben pero hay complicidad.
“Todos sabemos
quiénes tienen vínculos y quiénes están metidos con el hampa”, dice Javier
Duarte.
¿Todos? No. El
gobernador anda en Saturno. No todos lo saben. Lo sabe él, Javier Duarte, y
debió denunciarlo a su Fiscalía General o a la Procuraduría General de la
República.
Irrita a la prensa
crítica la imputación y el agravio. Conminan al gobernador a identificar a los
periodistas que mantienen “vínculos y que están metidos con el hampa” y a
consignarlos, como es su deber legal.
Majadero,
desatinado, Javier Duarte invita a la mesa a la prensa de Poza Rica. Comen y
beben. Y llega el postre: es la amenaza de llevar a la cárcel a periodistas con
vínculos con el crimen organizado.
“Pórtate bien,
Javier Duarte” y revisa quién anda peor.
Archivo muerto
Cómplice del
sistema, Jacobo Zabludovski se fue entre condenas y denuestos, la ira de
muchos, los que lo vieron ahogar la libertad de expresión y servirle al
gobierno en turno y al PRI, y el elogio y el respeto de quienes suponen que por
decirse redimido y contar sus culpas, tenía algo de integridad. Murió el
periodista que hizo del oficialismo un alarde, “voz del gobierno” en los 60,
70, 80 y 90 hasta que no cupo más en la que decía era la casa de toda su vida:
Televisa. Dominó la pantalla en un mundo mediático donde no había competencia,
pues las primicias se reservaban para Jacobo en detrimento de todos, incluso de
la TV oficial. 70 años dedicó al periodismo, la mitad como vocero de los peores
gobiernos de la Revolución, servil al régimen criminal diazordacista, sin una
crítica para la locura echeverrista, sin un acento para la frivolidad
lopezportillista, omiso en el delamadridismo, salinismo y zedillismo. Acuñó
frases aberrantes como aquella de “yo no traiciono a un amigo por una
información”, o sea, primero los cuates y después la verdad, y su máxima
expresión, cinismo puro: “Hoy fue un día soleado”. Sí y sangriento. Ocultaba lo
ocurrido horas atrás, el 2 de octubre de 1968, los muertos que por decenas
yacían en Tlatelolco, la Plaza de las Tres Culturas, el edificio Chihuahua, las
banquetas y los jardines. Lo marcó esa frase agraviante, su día soleado, el
tono de burla, el silencio ante la masacre, la complicidad con régimen asesino,
la venda en los ojos, la voz acallada. Años después diría que no podía hacer
más por la vinculación de la empresa televisiva con el gobierno. Sí y tampoco
podía cuestionar los fraudes priístas en todo proceso electoral, las
gubernaturas arrancadas por la acción de los mapaches, el robo democrático,
negado el micrófono para la oposición, los espacios para la denuncia. Escribía
en Siempre, un medio crítico donde tampoco testereó al gobierno. Zabludovski no
fue un soldado del sistema al que se le obligara a callar. Lo hacía con
conveniencia y ambición. Atesoró fortuna, cosechó prebendas, viajó por el
mundo, su voz oída y acatada incluso entre secretarios de despacho. Gozó de las
mieles de un sistema del que hablaría oprobio y medio años después. Entrevistó
estadistas, personajes, artistas, sólo para el currículum, sin que uno haya
objetado al régimen que don Jacobo solía encubrir. Un día grabó
clandestinamente a Gabriel García Márquez. Lo llevó a un restaurant. Sus
reporteros portaban micrófonos, debajo de la mesa los aparatos de escucha, las
cámaras ocultas en todo el lugar. Y Gabo habló. Habló sin medirse, creído que
era charla entre pares y amigos. Luego le mostró las escenas, sorprendido el
autor de Cien Años de Soledad. Finalmente, encajonado, aceptó la difusión de la
“entrevista”. Muere Zabludovski este jueves 2. Como a todos los crápulas, le
hallan y le sobran virtudes. Fue la estrella de una televisión sometida, su
rostro a diario en la pantalla, lo audífonos grotescos, la pose petulante. De
Televisa pasó a la radio y al periodismo escrito. Ahí quiso ser otro, crítico,
sin ataduras, aleteando para ser visto, cosechando premios inmerecidos porque
si algo tuvo Zabludovski fue un compromiso con un régimen que limitó la
democracia, que sojuzgó a los pobres, que llevó a México al límite de su
resistencia. Muere sin gloria, con el aplauso de quienes no lo vieron silenciar
la verdad y el rechazo de quienes sí atestiguaron cómo manipulaba la
información. Como figura pública, solo queda confrontarlo con lo que hizo en el
periodismo mexicano... Benito Argüelles es un rey sin corona. Cerca de la
sindicatura, actúa como síndico de Coatzacoalcos. Pasan por sus manos contratos
y convenios, documentos clave, los expedientes X del ayuntamiento local. Lo que
aprueba, va; lo que no, es rechazado. No es el director jurídico de los tiempos
de Marco César Theurel Cotero —“Te rompo tu puta madre”—, pero usa un poder que
ejerce a trasmano, a la vista la incapacidad de la síndica Alejandra Theurel
Cotero, hermana de ya saben quién. Hay quien recuerda que la síndica no sería
ella sino Benito Argüelles, pero como suele ocurrir, del plato a la boca se cae
la sopa, y en un momento de arrebato, los rasgos de la bipolaridad, Theurel lo
dejó fuera y optó por la consanguinidad. Benito Argüelles es asesor jurídico de
la sindicatura pero tiene más poder de veto que el cabildo en pleno. Obvio,
gracias a la mediocridad de los regidores que se supone son mayoría pero se
conforman con una caja chica...
twitter:
@mussiocardenas